BASIA BATORSKA
Adolfo Castañón
1999
MONTAÑAS
para Basia Batorska
I
Montañas: ¡fósiles del tiempo!
Altivos riscos, arrecifes
una y otra vez, han visto desaparecer
el mar
Corazón mineral palpita
el cuerpo inmemorial de la tierra.
Ahí la montaña: ¿sienten algo sus
paredes de basalto?
Una montaña es un templo
El viento santifica las edades en su altar,
II
Desde las remotas costas
vienen los ciclones a nublar el cielo
Las montañas se esconden tras las nubes;
regimientos de niebla avanzan por el valle.
El aire sopla los sembradíos.
Un río invisible corre entre las hojas verdes
Asciende la quietud y es humedad.
Un caballo relincha solitario
desnuda al cielo.
Ladra un perro y se abre
una montaña con voz de ecos
Pájaros voceríos, algarabía.
A pesar de la niebla, advierto la figura distante
de una inmensa profecía montaraz.
Es hora de respirar y de que crezcan en mí las raíces del aire
Hora de bañar los ojos abiertos a la luz de la aurora y del crepúsculo.
El cuerpo sabe que es domingo porque
ayer salió al campo y se postró como un animal
herido en el santuario de las montañas.
Adolfo Castañón
2000
CAUDALOSAS GALAXIAS
El Museo Nacional de la Estampa exhibió entre el 29 de junio y el 30 de julio de 2000 una serie de grabados entintados al óleo de la pintora mexicana, nacida en Polonia, Basia Batorska. Compuesta de 60 grabados, la serie se titula Galaxias, voz que sugiere infinito, oceánica dimensión de la bóveda celeste.
Entre la abstracción y la naturaleza, el microcosmos artesanal y el orden visionario, la pintura de Basia Batorska se afirma como un espacio de encuentro donde lo orgánico y lo mineral, las cifras de la vida y los signos de lo inerte sostienen un animado coloquio transfigurativo. Hay no poco de memoria inmemorial, de afinidad con lo elemental concebido como una corriente. El movimiento y la caída son aquí cíclicos; son formas de unas preguntas tan tenaces como inasibles: ¿Cómo imaginar la materia? ¿Cómo dar cuenta de las estructuras que subyacen a ese sueño llamado naturaleza? El platonismo radical que creemos contemplar en la pintura de Basia Batorska no desemboca en modo alguno en la asepsia —a veces tediosa— del geometrismo. Su pintura se ofrece como una experiencia poética, es decir: inclusiva, cargada de signos y movimientos, preñada de colores y tonos. De hecho, el trabajo desplegado en Galaxias invita a una rememoración de ese espectro que recorre la historia de la pintura: el color, que es a mi parecer una de las tres ideas fijas de Basia Batorska. La otra, ya mencionada, es la forma y su trascendencia. Una tercera sería la búsqueda incesante. Oigo decir a un guía que la exposición se titula Galaxias porque "ella ve así las estrellas". A esa observación añadiríamos: sí, las estrellas interiores, ese firmamento entrañado cuerpo adentro y que, de tan íntimo, nos parece distante.
Galaxias, firmamentos: el espectador está ante un universo a la par armónico y plural donde el rostro ya no es necesario pará humanizar el paisaje de la intemperie externa o íntima. Los grabados que van de Galaxia 1 a Galaxia 20 hacen pensar en una titánica cascada, en una caudalosa cola de caballo o en uno de esos paisajes cultivados por la caligrafía china. También hacen pensar en aquella teoría estoica de la creación según la cual el mundo está configurado por una cascada infinita de átomos (apeiron) en perpetua caída y movimiento. Los grabados de las series subsiguientes tienen mayor dinamismo y acaso mayor vivacidad. Todos sin embargo suscitan un raro sentimiento de reconciliación y sosiego.
Basia es el nombre de un maestro de la sabiduría que ha sabido descubrir —para transmitírnoslo y establecer su concordancia— aquel antiguo secreto de la creación: el de la coextensividad de lo inerte y lo orgánico o, dicho más llanamente, de la hermandad espontánea de lo sagrado y lo profano, la vida y la muerte. Por eso el espectador agradece el consuelo de estas Galaxias.
Si el título de la exposición evoca los cielos, la experiencia de su contemplación remite a una conciencia terrenal y, más allá, elemental. Se suceden las planchas unas a otras; se suceden los colores, tejen un relato pero la estructura permanece: es el antiguo relato del principio, el incesante cuento de la creación. Galaxias: ahí están vistas desde dentro las vastas explosiones de estrellas. Materia al fuego blanco: vía láctea, camino de estrellas fluidas a lo largo y a lo ancho de las planchas. Las 60 obras que componen esta exposición proponen un calendario cuyos minutos y horas se dan y se pierden en el color en movimiento.
El tiempo de la pintura. ¿Qué temporalidad instaura esta serie de grabados? ¿Un calendario de materia y color cuya intemporalidad abre el espacio a la expresión de emociones no por abstractas menos intensas? En el pacto ascendente con la forma y el color el curioso podría darse a la tarea de reconocer alusiones cromáticas a la historia de la pintura, a la historia del color y de sus técnicas. La exploración de la frontera entre lo animado y lo inanimado, lo vivo y lo inerte, la exploración de su movimiento acaso dé cuenta del poder magnético de estas magnéticas galaxias.
Alberto Ruy Sánchez
2000
BASIA HUNDE LA MANO EN EL CIELO
Cada vez es más evidente la riqueza y profundidad del asombroso ámbito estético creado por la obra de Basia Batorska. Porque si bien desde el principio su delicada pero aguda visión sobre el mundo se afirmó claramente, lo hizo así, con delicadeza extrema.
Su mirada peculiar sobre la naturaleza es un rasgo predominante en buena parte de sus creaciones expuestas desde hace casi tres décadas. Se ha dejado fascinar por las transformaciones sutiles del mundo natural y nos las ha hecho fascinantes en su arte.
Alguna vez nos mostró que un gato es mil gatos. Y, así, el método de pintar o dibujar variaciones se hizo evidente con mayor fuerza al capturar instantes de un animal voluptuoso que es rápidamente variable. Antonio Rodríguez llamó a los dibujos de Basia "jardines animales" para enfatizar tal vez su carácter de naturaleza cultivada por el artista. Cada gesto de gato una flor, cada posición un nuevo brote.
Pincel y tinta china en mano, la artista mexicana tendió un puente imaginario y prolífico entre los rigores de la caligrafía y la línea sensual que define al arte fauvista. El gato delineado e infinito de Basia, al mirarnos de mil maneras, multiplicó las posibilidades de nuestros sentidos. Ella observó a la naturaleza atentamente y con devoción creativa entró en su tiempo de transformaciones pausadas, para muchos imperceptibles. Hizo del movimiento natural un ritual. Y de ese ritmo ritual una manera de acceder a la poesía visual, a la creación estética como revelación de instantes únicos.
Más tarde Basia examinó en su obra los cambios que un sendero de árboles puede sufrir a lo largo del día. Ha seguido las huellas de Monet como iniciación, no sólo a la pintura de impresiones sino a la experiencia de la luz, que es mucho más importante.
En todos los rituales de pueblos primitivos la experiencia de la luz es clave del sentido de la vida. Si lo olvidamos y dejamos de tener esta experiencia en la vida cotidiana nos convertimos en modernos rudimentarios. En humanos unidimensionales.
El arte de Basia nos recuerda que existe esa dimensión de trascendencia alrededor de nosotros todos los días. Nos hace verla. Los cielos y, sobre todo, las montañas han sido examinadas con los mismos ojos durante varias exposiciones por Basia Batorska. Hemos visto en ellas cómo hace de las montañas incendios y hasta catedrales, lugares de encuentro con lo que nos rebasa.
Más allá de las variaciones impresionistas de esas formas imponentes, sus series de cuadros crean, en quienes las vemos discurrir alrededor nuestro, un espacio de trascendencia único, en el que somos o podemos ser uno con la naturaleza. Podemos arder, podemos contemplarnos arder de felicidad ante esa belleza natural.
Una montaña es también, de cierta manera, una flor. Si el gato es flor del instante, la montaña lo es de un tiempo largo, geológico, el de los milenios que ven cordilleras formarse y destruirse. Son flores milenarias del jardín de Dios. Pero en cada instante del día brillan diferente para nosotros, ahora sí, como los gatos. El milenio y el instante se han unificado en las visiones de la imaginaria cordillera Batorska.
Su visión de la naturaleza ha desarrollado sin quererlo un parentesco estético, aunque más moderno, con una rama de lo mejor de la pintura de este continente, que es la dedicada a los bosques y las montañas de Canadá, notablemente con el Grupo de los Siete y de manera muy especial con el paisajismo poderoso y trascendente de la gran pintora Emily Carr. Salvo que el ámbito estético de la obra de Basia Batorska sigue creciendo y haciéndose profunda por senderos completamente inesperados para quienes antes no hayan sabido distinguir en gatos, frutas, árboles o montañas la definitiva dimensión espiritual de su obra.
Así, en una nueva aventura de exploración creativa de la naturaleza, el arte de Basia se ha vuelto abstracto. Tres series de veinte grabados cada una nos vuelven a mostrar el rigor de su búsqueda, la maestría de su oficio y la profundidad de su mundo estético. De sesenta maneras distintas Basia parece extender la mano hacia el cielo y tocar en lo alto una superficie que penetra como si fuera de agua. Pero es un agua espesa, que deja remolinos lentos, que mantiene a la vista el camino tomado por los dedos. Sus huellas sobre el agua del cielo parecen oxidarse al aire, cada vez de diferente manera. Son sesenta misterios, o secretos del cielo, a los que las manos de Basia se acercan tratando de descifrar no una verdad de palabras sino una verdad de formas táctiles. Cada pieza una letra del desciframiento celestial que esta artista ha emprendido.
La lógica rigurosa de esta experiencia la hace todavía más interesante: la artista ha definido para cada grabado dos tiempos. Uno de repetición y otro de diferencias. En el primero la huella de las manos es la misma en cada serie. Y ahí asombra ya la intensa presencia del cuerpo. El gesto plasmado es muy expresivo en cada una de las tres series. La individualidad de la persona, su alma, su carácter, se convierte en huella impresa del paso de sus manos: lo único (ella) se multiplica en el papel.
En un segundo tiempo, como si ese cuerpo inconforme quisiera negar la multiplicación mecánica de su huella, regresa sobre sus pasos introduciendo en cada copia una mezcla de colores distintos aplicados de nuevo con gran expresividad, como huellas únicas.
El efecto de profundidad y fuerza es inconmensurable: como si alguien diera un paso recorriendo mecánicamente menos de un metro con el pie derecho y al lanzar el siguiente paso con el pie izquierdo en vez de recorrer casi un metro entrara de golpe en el infinito. Una compuerta poética y plástica se abre y presenciamos con la artista eso que Octavio Paz llamaba, a propósito de la revelación que nos da la poesía, "nuestra ración de eternidad".
Basia Batorska nos conduce de revelación en revelación: a partir de tres gestos manuales produce sesenta gritos cromáticos que se vuelven un canto, una composición sutil y compleja como una extraña imploración visual a romper los limites de la materia, mostrando paradójicamente en cada medida de contención material las posibilidades de lo infinito.
Alejandro Rossi
1999
BASIA EN LA SIERRA
Cuando era niña llegó Basia de un bosque polaco que, seguramente, ha de ser fuente nutricia de su arte. El bosque --un bosque célebre-- es presencia infantil y luego, lo más importante, es una ausencia viva. Sobre esta herencia pinta Basia, con asombro interminable, las sequedades del Norte.
Basia Batorska se ha abierto sitio en la pintura mexicana de una manera educada y tranquila, sin recurrir a declaraciones estridentes y sin ayudarse con escenas de narcisismo publicitario. Muchos menos nos ha agobiado --hay que recalcarlo-- con obtusas teorías estéticas. Simplemente ha trabajado con pasión e intensidad, como la artista concentrada y la mujer elegante que ella es. Desde 1971 ha expuesto su obra con regularidad admirable y yo he tenido la ventura de seguirla en este amplio ciclo creativo. Creo conocer, aunque tal vez no sepa explicarlo, el arte de Basia.
La exposición que ahora vemos de nuevo se acerca a esas montañas veneradas. Digo así porque me parece indudable que estos acrílicos muestran un estupor de tono religioso que no puede reducirse al simple amor a la materia, ese requisito indispensable en un pintor auténtico. Pinta Basia las montañas una y otra vez como si fuese un rezo o el homenaje de un creyente.
La pintura es para Basia si es que me acerco al secreto, el medio para una solitaria y complicada busqueda espiritual. Una forma de redención, me atrevería a insinuar. Pero la buena pintura es, además un manera de organizar la percepción --enseñarnos a mirar de otro modo-- y también es un estímulo para nuestra vida, digamos, mental. Un cuadro, si nos toca, nos conduce por caminos imaginativos mucho más depurados y crea conjuntos de asociaciones imprevistas, novedosos maridajes que sólo el arte suscita.
Doy fe de que así me sucede cuando contemplo los rojos de Basia Batorska, cuando me quedo quieto y me pongo a oír los prolongados silencios de sus paisajes.
Alfonso Rubio
1973
EL LIRISMO VISUAL DE BASIA BATORSKA
De las cavilaciones filosóficas, pasando por la llama de la poesía, nutrida por un sentimiento panteísta de la naturaleza y una intuición casi "romántica" de la armonía y la belleza universales, llegó Basia al mundo de la pintura.
Naturalista en el sentimiento, ha negado, no obstante, las formas naturales a su expresión artística. Apasionada del color y de la forma, forma y color —ahora considerados en sí mismos— constituyen los elementos de su nuevo lenguaje, aunque siguen traduciendo, metafóricamente, su emocionada comunión con la naturaleza.
La autenticidad de la obra artística no reconoce mejor criterio que la sinceridad con que el artista busca expresar su universo interior. Y todo el universo interior de Basia, con su riqueza de matices y sus delicadas modulaciones, está en su obra: obra fundamentalmente poética, dominada por un lirismo ingrávido, casi aéreo.
(En la levedad de las formas, cantan las armonías del color enriquecidas por el juego de las texturas que proporciona a la artista su medio predilecto, el grabado en color.)
Sorprende esta adecuación perfecta entre la sensibilidad y la obra de Basia; pero sorprende de igual manera la aparente facilidad con que su emoción, más que su inteligencia, conjunta los elementos en composiciones, cuya sencillez y claridad nos tocan con delicadeza que se diría oriental.
Y es posible que sea oriental el secreto de la efectividad estética de los grabados de Basia. Ocurre, tal vez, que, olvidada de sí, en entrega total al arte, son los elementos de éste, convocados por el amor, los que responden, ordenándose por sí mismos en la belleza.
Alfonso Rubio
1981
LOS PAISAJES DE BASIA BATORSKA
Ojos maravillados y éxtasis del alma. Arte obediente a este encanto de los ojos, a esta fascinación del corazón.
Son expresiones que surgen espontáneas, frente a los paisajes de Basia Batorska, reveladores de su comunión con la hermosura de la naturaleza y del dominio de su oficio.
Toda pintura está inspirada por el amor, dice Chagall. "El color con sus líneas contiene nuestro mensaje: música y poesía dictadas por el corazón."
Transcripciones de los mensajes que su amor le inspira son estos cuadros de Basia; cantos y poemas que descifran la respuesta de su emoción al hechizo del paisaje, a las aventuras de la luz, a las armonías del color.
Árboles, frondas, cielos, nubes, colinas y montañas, cosas, no son sino vida y movimiento de la luz que se resuelven en visiones líricas y obras, sólo posibles en la apertura absoluta a la misma luz y en la fidelidad a la sensación y la emoción de la artista.
Todo el arte de Basia surge de esta entrega y de esta fidelidad amorosas. Su atento estudio y su apasionado ejercicio a pleno aire, siempre frente al motivo que la cautiva, objeto de su amor. La sutileza de su dibujo, la frescura y luminosidad de su colorido, su libertad de factura, su tratamiento sintético del paisaje: formas masivas, manchas en transparencias, en armonías cromáticas, en contrastes de sombra y luz.
"Quiero absorber el paisaje, absorber la luz y la sombra, los profundos claroscuros del ángelus y los radiantes amaneceres" –ha expresado la propia Basia.
Generoso empeño de captar la poesía de la hora, de eternizar su hermosura y de hacernos partícipes de ella en estos testimonios y mensajes de su amor.
Antonio Rodríguez
1982
EL GATO EN EL ARTE DE MÉXICO Y DEL MUNDO
Injustamente despojado del aura de divinidad que le otorgaron los egipcios, y sin la satanización del Medievo, el gato recobra en el arte moderno, el sitio que ocupó en los medios romanos y en algunas obras maestras de China y Japón.
Manet lo retrato en la cama de su escandalosa “Olimpia”, tan negro como la negra emisaria de las flores; y el aduanero Rousseau añadió un rasgo personal a Pierre Loti al distinguirlo con la presencia de un gato traído seguramente por el escritor de lejanos viajes.
El gato de Miró, en el cuadro de "La Granjera", tiene más de fetiche cargado de poderes mágicos que de acompañante doméstico, y los de Picasso atrapando pájaros reiteran el símil de la violencia expresado por el artista en sus corridas de toros y en la cornada del "Guernica”.
Del arte de México recuerdo magistrales interpretaciones: la de Toledo, con un gato agresivo y espantado, ante el pájaro muerto y las manzanas sutilmente tentadoras; la de Rodolfo Nieto que sintetiza en su complejidad, el grito y la muerte, la noche y la resurrección, que acecha al pez rojo en la pecera azul de las contradicciones humanas y universales.
Hacía falta que alguien fuera más allá del drama y del misterio, tan propios del arte de México, a fin de captar lo que de intrínseco hay en la naturaleza del gato: la línea grácil, lo movedizo y lo fugaz, el sentido innato de la libertad y su identificación con el hombre.
Basia Batorska después de muchos años de convivir con este casi humano animal que se adaptó al hombre sin haber perdido del todo su agilidad de selvático felino, decidió atraparlo para siempre en la línea de su mágico dibujo.
El trazo sutil y ajeno al error como si fuera de punta de plata, es la herramienta preferida para dar nueva vida a sus compañeros del hogar en los momentos (que también los tienen ellos) de beatífico reposo; no es la única.
Con el lápiz afilado los "retiene" cuando ellos se integran a su propio cuerpo en esfuerzos que hablan tanto de la destreza del artista como de su virtuosismo para domar las dificultades. Gato y ser humano se integran en un mimetismo que la fantasía de la autora y su amor a los gatos favorecen. Los dibujos que nacen -de esta síntesis- en "jardines-animales" o en "elípticas órbitas planetarias", evocan los más puros dibujos de Matisse. Y con el pincel convertido en plumón de tinta china hace palpitar los contornos decuplicando su ya de por si poderosa voluptuosidad. Evocan entonces sus arabescos de gatos, la parte, más sensualmente pictórica de la caligrafía.
Es difícil, cierto está, dibujar con un trazo fluido de pincel nunca vacilante, y que jamás se corrige, el contorno de un ser que repudia la repetición de cualquiera de sus más vistosos actitudes; pero cuando el ojo, la mano y el cerebro de un verdadero artista se ejercitan durante años en la tarea de dar vida perenne a lo que es fugaz nada se dificulta.
A eso se debe que el dibujo y la pintura de Basia no sea sólo un acto de comprensión y amor hacia una de las más fascinantes criaturas de la naturaleza sino la disciplina heroica del trabajo convertido en creación.
Y esto lo demuestran los dibujos, acuarelas y tintasde gatos (como podrían ser de relámpagos) que Basia Batorska presenta en su exposición del Centro Cultural C.P.M.
Avelina Lésper
2012
PAISAJES INVENTADOS
Las rocas de las montañas, los surcos secos de la tierra no esperan nada del futuro. Están presentes siempre, viven en sus propias huellas. El hogar de Basia Batorska está en las montañas que pinta, en su silueta inmensa, en el sol que cae sobre sus laderas, en las líneas que marca en sus irrepetibles grabados.
Cautivada por las montañas de Monterrey y la cordillera de los montes Urales de Rusia, decidió ser el peregrino que las escala recreándolas infinidad de veces. Las pinta de memoria, las vuelve a ver y las pinta como si las mirara por primera vez, con admiración, con sorpresa; y cambian en cada lienzo, en cada tinta, tienen otra potencia, otra textura; las rocas se hacen más suaves, el acantilado se prolonga.
Su reinvención emocional del paisaje nos recuerda la observación de Ruskin sobre las montañas que pintaba Turner: "En Suiza redondeó los Alpes por amor a Yorkshire, y en Yorkshire exageró la escala en memoria de Suiza". En el lienzo maneja el color con voracidad, su lenguaje cromático está lejos de la realidad, cercano a la audacia de Turner, es espontáneo y experimental, tonalidades que hierven bajo ese sol que cae sin dejar espacio a la sombra: la tierra es roja, el cielo revienta dorado, amarillo, anaranjado, las cúspides son moradas.
Esta descarada combinación, la rebelde versión de lo que su memoria alcanza a figurar, a imaginar, es la decisión del arte que impone lo que la naturaleza debe ser, volviéndola distinta en cada interpretación. Siguiendo las caligrafías japonesas, ha logrado tal síntesis de la idea y del trazo que basta un gesto con la tinta negra y el pincel para que la superficie elevada del monte aparezca. Es el movimiento que se perfecciona con su repetición, es la obstinación de absorber la arquitectura natural para modificarla e inventarla.
Basia es de pincelada ruda, impulsiva. Compromete presenciar paisajes tan emocionales. En unos trazos se adivina frenesí y serenidad en otros. Los paisajes montañosos de Basia no están en el territorio de la verdad, son ficciones temperamentales, incitadoras. El furor del color, la interpretación violenta, la pincelada que desespera a la mano y deja que entren los dedos, son un reclamo, un grito que trae de lejos a esas rocas, esas cumbres.
Solo logra la perfección aquel que renuncia a todo aquello que lleva a la exageración deliberada.
Paul Verlaine
Rompemos una piedra y surgen sus formaciones magmáticas, las vetas que describen la edad de sus elementos. Observamos un río y nos muestra las señales de su trayecto en la tierra. El tiempo del árbol es circular. Estas formas aisladas de su contexto se convierten en abstracciones. Fuera de su entorno son líneas que aportan su propio lenguaje.
Basia trabaja sin esperar a que la inspiración llegue, no la necesita, se detiene a ver estos paisajes mínimos en cada elemento de la naturaleza y los recrea en síntesis esenciales, en abstracciones. Los aísla y les otorga otro sentido al transportarlos al grabado. Sus piezas de gran formato son un misterio de factura, poseen una textura que sobresale del papel, lo redimensionan. Conoce con tal sabiduría el medio que hace de él un cómplice, trabaja con placas gruesas, espesas, que marca con fuerza, hunde sus trazos.
El grabado tiene otro sentido en la placa de Basia, la textura ocupa una presencia orgánica, el volumen de cada rasgo es una noción de la persistencia de la memoria. Estas cicatrices táctiles rayan el papel con composiciones rituales, reiterativas, de una sobriedad mística. El minimalismo de las superficies escultóricas nos hace olvidar la fragilidad del papel que las soporta. Este se comporta dócil, se expande con la humedad y se contrae cuando se seca, captando las grietas profundas que le imprimió la placa. Bajorrelieves plenos de rugosidades que acentúa con el color, tonos contenidos de cromatismo mineral. Formas dinámicas que evolucionan de una obra a otra y que revelan la fascinación de Basia por el grabado, por la experiencia del medio y sus elementos.
El ritmo natural de la composición nos acerca a pozos circulares, senderos que se rompen, venas hinchadas, olas negras de lava espesa que se estrellan contra la orilla de la placa, estratos erosionados. Sin consideración con lo que no sea el contorno y la textura, la visión de estos grabados es de profundidad y expansividad.
Basia quiere que no solo contemplemos sus grabados, cada obra nos invita a que la mano roce su superficie y los memoricemos con la piel. La libertad que se toma un artista es resultado de la disciplina con la que se ha formado. Estas piezas son el producto de miles de pruebas, de la irremediable fatalidad de que el arte no da disyuntivas, la maestría es trabajo, aquí no hay suerte ni milagros.
Basia ha dedicado su vida a las artes plásticas, ha visto pasar modas sin perder la concentración sobre su propia obra y su lenguaje, se enfrentó con valor al prejuicio de crear algo bello. Su obra exhibe emancipación espiritual, gozo, el placer ascético de la creación.
Beatriz Vidal de Alba
2000
PRESENTACIÓN
Toda una gama de posibilidades en el campo de la experimentación ofrece la estampa. Puede abordarse de diversas formas y con múltiples procedimientos, lo que permite enriquecer la creación artística y dar origen a nuevas alternativas dentro de la gráfica impresa.
Galaxias, como titula Basia Batorska su exposición, se introduce en el color sobre cada obra, de acuerdo con su propio cromatismo, y resuelve así la imagen de manera particular convirtiéndola en un acontecimiento gráfico a través de su propio lenguaje, ofreciéndonos su universo y la interpretación del orbe que la rodea.
En esta exposición entramos a una creación extraordinaria de imágenes. Quizá ajena para algunos, para otros es introducirse a un cosmos mágico, que permite establecer una comunicación con la artista. Su obra es algo más que contemporánea, se siente en ella lo intemporal de la posibilidad auténtica. En su trabajo se percibe una gran profundidad interior de ese reencuentro con el propio mundo que nos introduce sus vivencias y que a través de su colorido ha personificado a cada una de ellas en una gran comunidad.
Bienvenida sea al museo la obra de una prestigiada maestra del grabado, cuyas excelentes obras nos transportan a un infinito de posibilidades que le pertenecen y al que ahora nos permite introducirnos para conocer sus propias exigencias expresivas, así como sus búsquedas, siempre renovadas e incesantes.
Agradecemos a la maestra Basia Batorska su valiosa colaboración, así como a todos los que hicieron posible que se llevara a cabo esta muestra.
LA EXPOSICION DE BASIA
Porque así como los mares que la asustaron, la sedujeron, la impresionaron y la amaron son todos sus mares, así sus montañas son también todas las montañas, incluso las que a veces, no sé si consciente o inconscientemente, refleja en los lomos de sus gatos amados que también dibuja, graba y canta con colores salidos de una paleta llena de vivencias esenciales, cuestionadas, desmenuzadas y hechas propias para su enorme sensibilidad y talento.
ROSAURA BARAHONA / 2016
DERRUMBES
Historias se suceden en rojo, avalanchas transcurren en una espiral de mares y círculos,
montanas deslavándose, derrumbes que, caídos, siguen en unidad.
Historias nacen para ser calladas, para ser, para decir el viaje de un itinerario incierto (y en el lienzo ocurren con la certeza del ojo del huracán).
Historias sin principio sin más que decir, porque las historias nacen de los rojos:
azarosas constelaciones de un mar que sí mismo se hizo mar.
Historias de viajes al centro de ese ojo, erupción de cristales que al estallar sellan lo blanco.
Sí, el blanco apenas atisbado en la mancha grisácea del mar.
Mares, aires de serenidad, como si el rojo fuera la caída de un sol que no acaba de caer.
Y sin embargo surge del universo que encierra su más justa melancolía.
Mares, historias y manchas unen los paisajes infinitos de una mirada que reboza transparencia.
Se prolongan en el horizonte aunque sepas que cada punto es el centro de una galaxia:
la pupila de quien sabe que la historia es toda la historia de los rojos a pesar de que el tubo no lleve ningún nombre.
JEANNETTE L. CLARIOND / 2016
LUNÁTICA
Mesetas confundidas con océanos óvalos y círculos que fijan la oscuridad la anillan en esa superficie carcomida por falta de luz porque el sol no aparece como si una tatarabuela rota en su abandono desde sus años emitiera un rayo de roja intermitencia un rayo triste que anida y se transmite sin poderlo ver un rayo que circunda el diámetro de ese pozo de luna y alimenta el miedo en esta soledad de saberse tan lejos porque el sol no aparece
pero Basia descubre las planicies y sus manos irradian esos mares desiertos acariciados aquí junto a mi cama habitados en su nada materia en su materna nada en su nada fecunda su hoyo en su nada nunca está muerto y a nado la mano dobla el agua que no hay a nado asciende y vuelve
el pez en su travesía como pincel hacia el corazón de las corrientes el infinito de las corrientes como cabellos como dictados de voces de la luz del muelle movimiento escalofriante que oscila de un lado a otro por donde asoma amarillo a veces gris y brilla una vez más y es un flujo de turmalina que destella
tomada por el sol embebida del haz bautismal tu mano del torrente de agua de la ausencia se alzadando luz a la sombra capaz de invocar tempestades aún en la marisma que no hay de elevar el oleaje de anidar en su fuego dentro del muro que hace el cráter gigante inundado de lava mientras cumbres de miles de metros lo asedian:
catedrales hechizadas del sueño inclinadas hacia el crepúsculo polvo alzadas aristas góticas que anhelan esa luz
en esa llanura de cráteres en sus hoyos orificios de una distancia que recorre el movimiento circular de los cuerpos y sus bocas inmensas lo pronuncian
Cléomedes ¿donde caerán las islas?
el náufrago no supo navegar la estación del Mar Crisium que todo lo oscurece pero esta mano llega a las montañas azules y las torna bermejas abras heridas que escurren sin que el aire —perfume de ladera— se deje respirar como si fuera la primera vez la furia empuja sus acantilados
afiebrado monte candente ígnea piel de magma y sedimento el ojo llama por las vetas que luego van mudando de rostro: animales o dioses o mantos sentémonos a escuchar el mar que huye a orillas de la pared celeste algo va más allá de lo que existe.
MINERVA MARGARITA VILLARREAL / 2016
Bertha Cuevas
1989
SER PINTORA
Conocí a Basia en los años sesenta, cuando me invitó a su departamento del edificio Condesa para que viera sus acuarelas. Ese edificio, que todos conocíamos corno El Palacio de las Brujas, mi esposo José Luis y yo lo frecuentábamos mucho; asistíamos a reuniones con amigos, entre ellos, Juan Vicente Melo, Juan García Ponce, Juan José Gurrola, Fernando Benítez, Paulina Lavista, Salvador Elizondo, José Donoso, Pixie Hopkins y mis muy queridas, las hermanas Pecanins. Hoy día cuando paso frente al Condesa, siento la nostalgia de toda una época de mi generación; cuando se formaban los que serían talentosos escritores, pintores, músicos, directores de teatro, actores, hombres famosos que cambiarían el rostro de México en el campo del arte y la política.
Al entrar al departamento de Basia me sorprendió toparme con un invernadero que ella había formado con toda clase de flores y plantas; entraba a un ambiente donde la naturaleza invadía todos los sentidos. También me llamó la atención la gran cantidad de gatos. Algunos ronroneaban, otros caminaban, otros dormían y cuando me senté en un bellísimo sillón de mimbre con su cojín de petit point, un gato se deslizó entre mis piernas para dar un salto y acomodarse sobre mí. Basia los llamaba por su nombre. Mientras yo tomaba una infusión de hierbas, observaba la belleza de Basia, sus ojos de color tornasol, grandes y expresivos, su escultural cuerpo, sus movimientos finos y delicados. Toda ella parecía una gata, tan fresca y natural como su invernadero pero, al mismo tiempo, con un savoir faire que se notaba en la forma de vestirse, que dejaba ver las formas escultóricas de su cuerpo. Se colocaba sobre el vestido o en el cuerpo algún detalle gracioso que me hacía recordar las pulseras, prendedores y pendientes de la joyería art deco.
Basia es una pintora auténtica, natural, sencilla; fresca y maravillosamente sofisticada, características intransmisibles de su historia personal y que se expresan en su pintura.
¿Cómo fue el entorno de tu infancia?
Puedo decirte que mi infancia fue idílica, completamente. Con una madre a la que le encantaba el jardín, los árboles, la cocina; un padre ingeniero forestal, con el que aprendí de osos, de árboles, de bisontes, de zorros. Mi padre atrapaba zorros, los mantenía en jaulas y los estudiaba. Llevaba una excelente relación con mis padres, tenía todo el tiempo del mundo y escapaba al bosque. También tuve una gran maestra, que fue mi abuela; que vivía en una ciudad llamada Lwów. Con ella, estando en la ciudad, iba al teatro, al cine, al museo, a tomar el té, era una vida sensacional.
¿Qué recuerdas del cine?
Vi la película de Greta Garbo, "Ninoshka", la estaban estrenando. La recuerdo muy bien y me impresionó. También veía a Shirley Temple. Eran los años 38 y 39.
¿Qué veías en los museos?
Pintura, pintura figurativa, romántica, del siglo XIX, gran pintura histórica, lienzos enormes. Ya en México me encontré con Durero. Recuerdo que en la escuela polaca de Santa Rosa se hizo una exposición de sus grabados con temas de hierbas, de conejos. Al verla, cambió mi concepto de la pintura, porque yo creía que sólo se pintaba la historia. Al ver la hierba de los grabados te juro que sentí música dentro de mi cabeza; no podía creer que alguien se dedicara a pintar algo tan insignificante y tan maravilloso. A la fecha, sigo pintando hierba.
Al llegar a México conocí al presidente Ávila Camacho y me impresionó su gran sonrisa. Sentí un agradecimiento enorme por tener nueva casa.
¿Qué tipo de música escuchabas en tu infancia?
Grieg, Chopin, Sibelius y Paderewski. Mi abuela fue maestra rural, aunque cuando nací ya estaba retirada. Ella me enseñó historia universal y mi padre historia natural; él era un Atlas al cual yo podía preguntar de animales de África, de todo, y él me contestaba. De mi madre aprendí a cuidar el jardín, a cuidar huertos, a sacar provecho de las situaciones, a ser positiva. "No hay nada que te pueda quebrar en el mundo", me decía. Ella seguía un orden y una rutina familiar a pesar del desastre que vivimos.
¿Cuál fue ese desastre?
La pérdida de la casa: fue cuando vinieron los rusos y nos subieron a vagones de ganado para llevarnos a Rusia, hasta Siberia y, por último, hasta los Montes Urales, lejos de todo, a poblados donde había que empezar por construir casa, fuimos toda la familia: la abuela, mi padre, mi madre, mi hermana y yo.
Siendo una niña, ¿cómo sentías esa agresión hacia tu familia y tus compatriotas?
Sentía que los rusos no sabían lo que hacían, que esa era su manera de sobrevivir, no sentía miedo, ni horror, ni odio porque los veía tan tristes, hambrientos, llorosos y también vengativos, crueles, que podían matar. Pensaba que la naturaleza humana se componía de todas estas emociones y, que al fin y al cabo, eran iguales que yo, aunque más poderosos. Esto me daba mucha tristeza: por mí, por ellos, por Polonia, por la guerra, por mi abuela tan vieja y por mi madre que sufría.
¿En qué forma crees que te haya marcado como ser humano, en tu niñez, la guerra que viviste y que sufriste?
Desarrollé una enorme compasión, comprensión y amor; supe que las ideologías no tienen fundamento, que todas son iguales, que no hay nada que valga la pena para que un viejo o un niño muera o pase hambre, nada justifica eso.
¿Qué comías?
Flores, lo que había: harina, papas, pan, cuando nos daban, hierbas del río. Mi madre hacía trueque de ropa o estampillas de santos, por gallinas, por papas. Recuerdo que una vez cambió una muñeca mía por una cabra y así tuvimos leche. Vivíamos en campos de concentración, porque si bien estaban abiertos no había a dónde ir; cómo cruzar esos hermosos montes y bosques sin caminos, sin documentos.
Sufría al ver a mi madre ir a trabajar cortando árboles, a mi padre en prisión, torturado, a mi abuela enferma, a mi hermanita con pulmonía a los cinco años... Ahora mi hermana es profesora de Historia del Arte en la Universidad de Houston, con doctorado en barroco italiano. Ve cómo es la vida; se puede sobrevivir a todo: desastres, enfermedad, pobreza, todo, si tienes ganas, si amas la vida.
¿Cómo vivían?
Muy limitados, mi padre construyó un cuarto, era toda la casa. El murió en prisión. Creo que fue en Kamchatka. Allí hay grandes minas, y tenían a los prisioneros como mineros hasta que morían.
En esa situación, ¿cómo eran las relaciones familiares?
Eran de comprensión y de protección, mucha protección de uno al otro. Yo vivía feliz porque iba al campo, que era de una belleza impresionante. Estaba otra vez en el campo: de Polonia a Rusia en el campo. Los Montes Urales son indescriptibles, poderosos, inmensos, misteriosos.
En esa época ya dibujaba flores para mis amigas. Me acuerdo muy bien que ellas me las pedían y yo las dibujaba. Le mandaba dibujos a mi padre a la prisión, cuando mi madre iba a visitarlo. Ella era la única que podía verlo, y no siempre: sólo iba a llevarle comida una vez a la semana.
¿Sentías alguna nostalgia de aquella educación tan exquisita de tus primeros años ante la violencia del campo de concentración?
No, porque eso era lo real y aquello ya no existía. Tenía memoria de aquella educación tan esmerada, pero en el campo no la necesitaba. A mi manera, trataba de ser feliz. Los niños tienen una manera asombrosa de sobrevivir.
¿De niña tenías algún miedo?
Sí, claro; era un miedo general, un pavor a la violencia. ¡Terrible! La percibía y me sentía impotente frente a este fenómeno. ¡Sentía tanta rabia! Y esa rabia la volví después contra mí, enfermándome, al parecer, de anemia. Al salir de Rusia, quería morirme cuando murió mi abuela: deseaba estar con ella.
¿Cómo salieron de Rusia?
Cuando Rusia se unió a los aliados y estalló la guerra contra Alemania, parte de los polacos pudimos salir hacia lo que era Persia, a través del Mar Caspio en un buque de carga. Llegamos a Teherán, ahí conocí el Gran Bazar. Eran calles y callejas llenas de maravillosos tesoros por descubrir. El Sha nos abrió los jardines reales y yo sentía que ahí debía ser el paraíso: flores, árboles, sonrisas. De Teherán viajamos a Isfahán, la antigua capital persa, y allí aprendí francés con las madres del Sagrado Corazón. Allí tenía maestras armenias y ahí supe lo que es el Ramadán.
¿Qué sentiste frente a esa cultura?
Me dejó sin aliento porque es maravillosa. En Isfahán tenía por amigos a anticuarios que me mostraban telas, brocados, cajitas de los siglos X y XII, ¡preciosos! Eran exquisitos trabajos en plata. Después conocí la Gran Mezquita Real, que en ese tiempo ya se podía visitar, me encantaba ir al Maydan escapándome del internado. En Isfahán había dos torres inclinadas y yo me imaginaba que así tenía que ser la de Pisa. Mientras estábamos en el internado, mi madre se encargaba de los huérfanos de guerra polacos. La relación con mi hermana era de protección: yo, que tenía ocho años, la cuidaba, porque ella tenía cinco.
¿Cuáles eran tus lecturas?
Me hice amiga del archimandrita griego ortodoxo y me encantaba escuchar las historias que contaba. En ese tiempo me gustaba más ver y platicar que otra cosa. ¡Era tan nueva para mí esa antigua cultura! ¡Tan poderosa! Más antigua aún que la mía.
Antes de salir de Rusia me tocó convivir con nómadas de Uzbekistán. ¡Eso sí era cultura! Ahora es una gran república, al sur de Rusia. Allí estuvimos un tiempo esperando el barco que nos llevaría hasta Persia. Uzbekistán es un lugar donde se cultiva algodón. Ahí la temporada de lluvias es larguísima, y llueve día y noche sin parar. Esto producía grandes inundaciones. Allí me topé con los musulmanes. Sus almuédanos subían a los minaretes a llamar a la oración cantando. Todos los hombres dejaban de trabajar, sacaban sus alfombritas y se ponían a rezar. ¡Era tan impresionante! Yo quería saber más de esta religión tan poderosa.
Después de Isfahán llegamos al Golfo Pérsico para tomar un barco petrolero persa hacia Bombay. Yo tenía nueve años y recuerdo que llegamos a Bombay al amanecer: se levantaba la bruma del mar y se empezaban a ver las cúpulas de la ciudad. Al salir el sol, se volvían rosadas. ¡Era bellísimo! Claro, hasta que llegué á la suciedad de Bombay: empujones, pobreza, mal olor. Nunca había visto vacas sagradas. Me impresionó el mal trato de los hindúes entre ellos mismos. Vi a un hombre golpeando a una mujer y nadie hacía nada. Allí aprendí que había castas, los intocables, los brahamanes, los nobles. Era evidente el desprecio hacia el prójimo. Me cuestionaba por qué la gente moría de hambre mientras las vacas comían fruta. Era irracional. Nunca pude relacionarme con los hindús. Yo era una extranjera pobre y sentí mucho esas cosas. Era impresionante ver tanta miseria. Cuando llegué a México no encontré nunca esa miseria. ¡Ver gente que se moría en las calles! Y yo, una niña, tenía que caminar despacio para no pisar los cadáveres. Por eso, la Madre Teresa hace una gran labor al recoger a esa gente para que no muera sola. Ella, con su enorme amor, les da una muerte digna a esos agonizantes.
En Karachi, Pakistán, tomamos un barco convertido en hospital, cargado de soldados heridos que iban a ser transportados a Australia y a los Estados Unidos. Pasamos por Java, las islas Boro Boro y Melbourne, llegamos a San Diego, California, éramos un grupo numeroso de transterrados polacos, entre ellos, todo un orfanatorio, del cual mi madre era una de las encargadas. De allí vinimos en tren a la ciudad de México para tomar otro tren a León, Guanajuato y de allí, en un tranvía tirado por mulas, llegamos a la ex hacienda de Santa Rosa, a nuestra nueva casa. Yo ya tenía diez años: ya era grande. Todavía cuando paso por Guanajuato y veo el paisaje, siento que es mi casa. Me da la sensación de una enorme alegría, de algo muy querido.
¿Cuáles fueron las primeras impresiones —estéticas, culturales, políticas— de México?
A los diez años en 1943, vi una enorme calma, Nos recibió el gobierno de México, nos prestó la ex hacienda de Santa Rosa. Recibimos ayuda de los polacos residentes en los Estados Unidos. Estábamos subsidiados por la Cruz Roja Internacional. Percibí una enorme paz en el campo mexicano: libertad, alegría y abundancia de todo. Gentileza enorme de las personas. La gente es cariñosa y limpísima. Nada huele mal. Todo es sonriente. Y después, descubro la historia: primero, la historia colonial, porque vivo en una ex hacienda de arquitectura colonial. Luego conozco las pirámides, a donde fuimos de excursión.
En esa época leía muchísimo y ya dibujaba: flores, plantas, gente, rostros. Dibujaba en los cuadernos del colegio, allí me expulsó el profesor de dibujo porque me corrigió y yo le discutí. Me corrió del salón y yo no deseaba verle más. ¡Me dio un coraje! El idioma lo aprendí leyendo, de Juan Ramón Jiménez, Platero y yo. ¡Me enamoré así del español ! Así aprendí mi tercera lengua con gusto, con amor. El ruso, que aprendí sin amor, a fuerza, porque si no pedía de comer en ruso, no me daban, ya lo olvidé. La mía es una relación amorosa con el mundo, con todo.
De los diez a los quince años estuve en Santa Rosa y allí me dediqué totalmente a leer. Me hice ayudante de la bibliotecaria y así podía sacar las obras que quería. ¡Leí de todo! Descubrí la literatura árabe. Leía en polaco, porque hasta Santa Rosa nos enviaban libros de autores extranjeros, en polaco. Los temas eran principalmente históricos. Allí leí Don Quijote.
Tenía que trabajar. Terminé la secundaria y estudié, por lo tanto, la carrera comercial. En la ex hacienda vivía bien, pero fue en la ciudad de México donde cursé esos estudios. La vocación por el arte seguía: dibujaba siempre, iba a exposiciones, cuando podía, compraba libros. Tenía mucho interés en dibujar la naturaleza y a las personas: gente y naturaleza viva.
En esa época de tu vida, que es tu adolescencia, ¿qué movimiento cultural existía en México?
Era la época de Rivera, del muralismo. Me acuerdo muy bien de la gran exposición de Rivera en Bellas Artes, de los murales del Palacio Nacional; de Chapingo; de una preciosa exposición, también en Bellas Artes, de José María Velasco. Recuerdo también el ballet de José Limón, la ópera Aída de Verdi, montada en la Plaza México, ¡con elefantes! Después, el estreno del poema sinfónico Cuauhtémoc, de Carlos Chávez, dirigido por él mismo en Bellas Artes. Es cuando Carlos Fuentes publica su gran novela La región más transparente, que todo el mundo tiene que leer; Pita Amor, sus poemas. Fue en aquel tiempo que José Luis Cuevas protestó contra Diego Rivera. Rivera daba la impresión de un gran sapo sentado, escuchando a Cuevas hablar como un joven idealista contra el muralismo. Los jóvenes de esa generación leían mucho, experimentaban, trabajaban.
¿Cómo eran tus amigos?
Así, leían mucho, discutían, hablaban de cine, se reunían en los cafés. Yo aún no participaba profesionalmente en pintura, empecé a pintar después de los años cincuenta. Y ahora, el amor: me casé enamorada, ilusionada, como todas las niñas de esa época, y me fui a vivir a Monterrey. Mi experiencia matrimonial fue buena, fue linda, me divertí mucho, tuve cuatro hijos preciosos: Stasia, Eko, Wanda y Danuta. Lo más importante para mí, en esta etapa, era mi familia: Mis hijos, mis gatos y la Sierra Madre en Monterrey fueron mis modelos. Para mí, gozar de la familia era lo más importante, pero tenía mi ambición propia: el interés de leer, de dibujar, de aprender... Entré al Tecnológico de Monterrey a estudiar filosofía y letras.
¿Qué significa para ti ser pintora?
Un compromiso de excelencia conmigo misma. El estudio significa para mí dibujar, dibujar claroscuros, ejercitar el ojo, estudiar la luz, estudiar el color constantemente, estudiar a los maestros antiguos; ¡lo que aprendí de Giotto, de Velázquez, de Durero, de Rembrandt! A Claude Monet, ¡cómo lo estudié!, sus paisajes, sus catedrales. Yo pinté (como lo hizo él con las catedrales) el mismo monte todo el año. Aprendí a ver la luz cálida de verano, la luz fría de invierno, los verdes de primavera, los rojos del otoño, fueron años de pintar así. A Turner lo considero un gran maestro en acuarela.
Yo regreso constantemente a un ejercicio básico mío: a copiar fielmente una hoja, un árbol, una flor, con los mínimos detalles. Es un ejercicio que hago para después sólo hacer la forma de la flor o una mancha, porque ya sé cómo es la mancha.
¿Qué imagen tienes de ti misma?
Feliz, trabajadora compulsiva, perfeccionista y generosa.
¿Cuáles son tus metas como mujer y como artista?
Quiero pintar más y mejor cada vez, y quiero aprender a ser más feliz, cada vez más feliz. Llevo un matrimonio feliz. con Gabriel Zaid, tengo una relación amorosa y de respeto con mis hijos. Mis miedos ya los superé. Sólo me preocupo antes de cada exposición y siempre estoy dispuesta a cancelarla en el último momento. Para mí la vida es un aprendizaje constante, diario, de comprensión, en principio, de mí misma. Es ponerse diariamente metas sencillas y cumplirlas.
Berta Taracena
1971
TÉCNICA ESPECIAL
Son atrayentes sus texturas calizas en las que el color se filtra a través de las resquebrajaduras de una materia bien controlada. Su técnica evoca la maculatura, esa modalidad de grabado que es mezcla de monotipo, encalado, reservas con objetos o polvos de talco, utilizaciones de disoluciones coloidales y pintura directa, con lo cual es posible obtener maravillas.
Bien iniciada en sus quehaceres plásticos, es de esperarse que pronto Basia ahonde sus investigaciones y ofrezca los espectaculares resultados a que su sensibilidad le obliga.
Carmen Alardín
1981
LOS BOSQUES DE BASIA
De bosques famosos está llena la historia universal. Bien se trate de los legendarios bosques de Robin Hood, de los temibles bosques de Sherwood, de la obra de Shakespeare llama Macbeth o de los bosques encantados de cualquiera de los cuentos de la infancia. Pero ahora se trata específicamente de los bosques de Basia, pintora polaca que ya es auténticamente nuestra, verdaderamente mexicana.
Basia, conocida tanto por sus grabados como por sus dibujos y acuarelas, le brinda tal relieve y significado a lo que hace, que esos bosques o esas manzanas aparecen ante el espectador con una dimensión diferente y desconocida, como si la naturaleza fuera en verdad esa fuente de sabiduría en donde podemos descubrir cada día algo nuevo y distinto.
Llegamos a la casa de Basia, al tiempo que dibujaba minuciosamente.
—Es que estoy volviendo a lo figurativo. Nos mostró los nuevos proyectos de bosques. En el abstracto uno llega a mecanizarse, es algo que no se puede medir, además me resultaba tan fácil que me dio miedo seguir por ese camino, porque siempre las cosas fáciles me han dado mucho temor. En cierta forma en el abstracto todo se vale, desde luego que vas a un equilibrio, de la forma y del color, por ejemplo, pero para mí resulta más interesante ese enfrentamiento con la naturaleza, con las fuerzas vivas.
Basia continúa dibujando. Nosotros paseamos por su taller. Es extenso, lleno de plantas y de cojines de bellos colores, en un antiguo departamento de la colonia Condesa. Es un sitio construido especialmente para Basia, ya que no tiene la frialdad de los modernos condominios.
—De niña, mis amigas me pedían que les pintara flores, árboles, casitas. Te regalo éste dibujo de flores, nos dice candorosamente, con la misma espontaneidad con que hace algunos años, le regaló a una amiga de su niñez otro dibujo, allá en los bosques de Polonia.
—Basia, cuéntanos de tu niñez...
—Fue maravillosa. Llena de fantasías ,en aquellos bosques sin término. Además tenía unas tías finas y elegantes, que eran como los encajes de Bruselas, con aquella casa llena de espejos, de muebles antiguos de camas con doseles principescos... En aquél tiempo también me gustaba inventar escenografías, que luego utilizábamos para las obras de teatro que, se representaban en la escuela.
—Y dime, Basia... ¿Siempre has sido autodidacta?
Sí, claro... No tengo paciencia para escuchar un maestro. De niña me peleaba a gritos con el maestro de dibujo. El me sacaba de la clase. A mí me gustaba pintar las cosas como yo las veía. No como el profesor quería que las viésemos.
¿Cómo te comportas en tus exposiciones? ¿Te enfrentas gustosamente al público?
—No. Creo que allí me porto fatal. Siento que estoy haciendo un striptease y que no sé hacerlo. De verdad sufro cuando presento mis cuadros en una exposición.
Hemos sabido que eres una artista algo escondida, a pesar de que has recibido un importante premio en Polonia, o sea que eres profeta en tu propia tierra, cosa muy difícil de lograr.
Mira, en realidad me considero mexicana. Ese premio se da nada más a los artistas extranjeros por la calidad de sus trabajos. Fue maravilloso regresar al país de mi infancia. Pero ya México es mi país.
Vemos que tú exploras mucho en color durante determinado tiempo.
—Sí, son tentativas de descubrir un color. Por ejemplo, el color que encuentro más difícil es el rojo. Me encanta el amarillo también.
David Huerta
1999
BASIA Y LAS MONTAÑAS
Las montañas son uno de los elementos canónicos del paisajismo pictórico de casi todas las épocas. Las admiramos en la realidad de las cordilleras y las sierras, y también a menudo en los lienzos de los artistas plásticos. Son el objeto de los afanes científicos de la rama de la geografía que conocemos con el nombre de orografía y en poesía suelen figurar como representaciones de los gigantes o los cíclopes.
Así los "gigantes de cristal" de las Soledades gongorinas que, armados "los teme el cielo", alusión a la rebelión de los titanes contra los dioses olímpicos. Así también la interpretación que algunos proponen del cíclope Polifemo como un trasunto del volcán siciliano Etna.
Las montañas son justamente famosas. De los volcanes que presiden el Valle de México (y sus hermanos eminentes en el Altiplano) a las extensas y espectaculares cordilleras en el occidente y el oriente de nuestro mapa nacional (las Sierras Madres de ambos puntos cardinales), las montañas mexicanas han sido un tema constante de la pintura de nuestro país. Entre los artistas mexicanos modernos, José María Velasco y el Doctor Atl consagraron ese tema en el campo de la expresión artística.
En la exposición que inauguró el pasado jueves 22 de abril en la galería del Instituto Francés de América Latina (IFAL), en la calle de Río Nazas numero 43, en plena colonia Cuauhtémoc, la pintora polaco-mexicana Basia Batorska da a conocer varias piezas ejecutadas en acrílico y en formatos de distintas dimensiones sobre el tema de las montañas. El título de la exposición alude a los encendidos colores con los que están ejecutadas estas obras: “La sierra incandescente”. Rojos flameantes, amarillos Ígneos, aunque en los cuadros de formato pequeño las tonalidades se remansan y enfrían. El espectador conocerá y admirará en esa muestra algunas visiones de las montañas del norte de México, en especial de la zona que media entre las ciudades de Monterrey y Saltillo. Ahí, en los cuadros de Basia Batorska está, también, desde luego, el Cerro de la Silla, emblema del paisaje regiomontano y símbolo de la ciudad capital del estado de Nuevo León.
Acerca de la personalidad artística de Basia Batorska, escribe Alejandro Rossi en la invitación, entre otras cosas, lo siguiente: "Basia Batorska se ha abierto sitio en la pintura mexicana de una manera educada y tranquila, sin recurrir a declaraciones estridentes y sin ayudarse con escenas de narcisismo publicitario. Mucho menos nos ha agobiado -hay que recalcarlo- con obtusas teorías estéticas. Simplemente ha trabajado con pasión e intensidad, como la artista concentrada y la mujer elegante que ella es… “La sierra incandescente” es, pues, una exposición que vale la pena visitar y admirar. Estará abierta en el IFAL hasta el próximo 14 de mayo.
Jeannette L. Clariond
Julio 2016
DERRUMBES
Historias se suceden en rojo, avalanchas transcurren en una espiral de mares y círculos,
montanas deslavándose, derrumbes que, caídos, siguen en unidad.
Historias nacen para ser calladas, para ser, para decir el viaje de un itinerario incierto (y en el lienzo ocurren con la certeza del ojo del huracán).
Historias sin principio sin más que decir, porque las historias nacen de los rojos:
azarosas constelaciones de un mar que sí mismo se hizo mar.
Historias de viajes al centro de ese ojo, erupción de cristales que al estallar sellan lo blanco.
Sí, el blanco apenas atisbado en la mancha grisácea del mar.
Mares, aires de serenidad, como si el rojo fuera la caída de un sol que no acaba de caer.
Y sin embargo surge del universo que encierra su más justa melancolía.
Mares, historias y manchas unen los paisajes infinitos de una mirada que reboza transparencia.
Se prolongan en el horizonte aunque sepas que cada punto es el centro de una galaxia:
la pupila de quien sabe que la historia es toda la historia de los rojos a pesar de que el tubo no lleve ningún nombre.
Eduardo Casar
1981
ACUARELAS, INTERROGACIONES
Las cincuenta acuarelas que Basia Batorska expone en la galería "José Clemente Orozco" constituyen una serie de interrogaciones, diferentes, peculiares, sobre un mismo fenómeno: el hecho pictórico.
Serio Pitol señala que la pintora se ha instalado "frente a una senda de los viveros de Coyoacán y trata de registrar día con día sus mutaciones de color, de vibraciones de luz, de registros cromáticos con una de las técnicas más difíciles que existen para ello, ya que no le permite al autor enmienda ni rectificación alguna".
Un mismo sendero, una misma técnica de plasmación, pero una mano que transcurre, configura y muestra las diversas posibilidades de la acuarela, una mano suficientemente sabia y suave para extraer las siempre distintas pulsiones del agua. "El agua siempre es extraordinaria. Incluso por su composición isotópica el agua en la naturaleza siempre es diferente". (Petrianov).
Tal majestuosidad, concertada por la pintora, promueve otra: la del espectador que recorre práctica, sensiblemente, el sendero, no el sendero real (el "modelo"), sino el que liga la naturaleza objetiva al trazo humano. La acuarela se vuelve, así, una técnica narrativa, donde cada capítulo conserva su peso propio (en este caso: su propia transparencia).
Cada técnica pictórica obliga al artista a adaptarse a determinadas exigencias, a las leyes de la materia con la que trabaja. Si bien la acuarela parece demandar una composición figurativa (acaso porque debido a su escasa densidad y su tendencia a la difusión dificulta los contrastes cromáticos altamente definidos y el manejo de volúmenes, cualidades más órganicamente referidas a la composición abstracta), las de Basia Batorska no “retratan” la realidad: hacen alusión a ella, la descomponen, la aglutinan según una percepción personal. (Goethe decía que no se pintan objetos sino relaciones).
Llama la atención el árbol (rasgo, oleaje, gesto, insólito esqueleto que se curva, raíz que emerge o venas desatadas) situado en el extremo derecho de algunas acuarelas, especialmente de las 5, 9, 12, 13, 42 y 45. Se trata de un motivo recurrente que da movimiento y nuevos significados al aparentemente solitario sendero de Coyoacán. En algunos cuadros este árbol, literal, pictóricamente, combate contra un viento que inclina toda el agua, toda la acuarela.
Realidad y representación, recreación y creación. "Cuando se habla de las cualidades pictóricas de un paisaje -señala Lukaes-, ya en la captación de la peculiaridad específico-individual de ese cuadro determinado, se contiene la problemática de lo pictórico como tal, y a la inversa".
Las acuarelas de Basia Batorska sugieren preguntas amplias porque han sido realizadas profundamente.
Eduardo Lizalde
2015
TODOS LOS MARES
Basia Batorska nació en Polonia en 1933, como ella misma ha contado, en un fastuoso bosque polaco que era prolongación de la legendaria selva negra alemana, parajes en los que vivió con su familia los primeros seis años de su vida. Pero la trágica tormenta mundial, que se desató desde 1939, cuando las tropas hitlerianas invadieron Polonia, arrancó de esos territorios paradisiacos a su familia, que fue deportada al sur de Rusia y donde murieron su padre y su abuela, para emprender con su familia un doloroso exilio hacia Persia y la India.
Finalmente, en 1943, cuando Basia cumplía diez años de edad, viaja a México acompañada de sus parientes, como ocurrió a tantos niños de otras nacionalidades que se refugiaron con sus familias en nuestro país, durante el sangriento conflicto de la segunda Guerra Mundial y, sobre todo, tras la derrota en España de los republicanos que llegaron a estas tierras para sobrevivir a la catástrofe de su patria.
Alojada con sus parientes y coterráneos, en la hacienda de Santa Rosa en Guanajuato hizo los estudios de la escuela elemental, como, ya adulta, ingresó al Tecnológico de Monterrey y emprendió el estudio de Letras y Filosofía, sin abandonar su devoción natural por las artes plásticas.
Disciplinada y estudiosa de la obra de todos los grandes pintores de la historia antigua y moderna, terminó por aplicarse con el auxilio magisterial de expertos artistas y maestros, al aprendizaje formal de las técnicas del grabado y el dibujo.
Larga ha sido ya, desde los años 70, su carrera pictórica, y desde entonces a la fecha ha montado decenas de admirables y celebradas exposiciones personales de su producción y participado en múltiples y destacadas muestras colectivas en numerosas instituciones y galerías de México y otros países (Barcelona, Cracovia, Bucarest, etc., etc.).
Sobre su original trabajo han escrito los más importantes críticos y literatos de nuestro medio, cuya extensa lista debe complementar la información de la modesta presentación que me ha correspondido hacer de esta muestra que hoy se inaugura en la Biblioteca de México: una deslumbrante colección de grabados que Basia ha titulado "Todos los mares", y que corresponde a su cultivo de su devoción por la naturaleza, las formas, las luminosidades y las grandezas de la tierra, los cielos y las criaturas del mundo en que vivimos.
No quiero repetir tanto de lo que con justicia se ha dicho del rigor técnico, la novedad y la belleza de la tarea plástica de Basia, pero sí subrayar (y no soy el primero que lo dice) que no sólo es heredera de los grandes maestros de la historia (como Durero o como Rembrandt) o bien de los predilectos creadores y amantes de la luz del siglo xx; creo que Basia es, en efecto, una maestra suprema del arte del ver, y una artífice del universo cromático y las sutiles formas de su expresión plástica.
Basia pertenece a los creadores (creo que lo decía el prodigioso Claude Monet) que no pueden pintar sin la protección de la luz natural, ni realizar convincentemente un cuadro si no pertenecen a esa raza privilegiada de los cazadores de luz.
Disfruten ustedes aquí de esta sorprendente colección de mares, que ahora se exhiben en este recinto, en el que saludamos una vez más la gracia, la sensibilidad y el talento de Basia Batorska.
Francesca Gargallo
1991
LAS CATEDRALES DE BASIA BATORSKA
Cuando conocí a Basia Batorska, hace un par de años, había visto y oído hablar únicamente de sus gatos, símbolos pictóricos de la domesticidad inacabada, de la femineidad indómita. Pensaba encontrarlos colgados en las paredes de su casa, un acogedor espacio que refleja una búsqueda de luz (una pared entera está recubierta de pedacería de espejos) y de integración a la naturaleza (todas las ventanas se abren sobre el verde de sus plantas). Me encontré, por el contrario, con el mar: verde, imponente, fuerte. La ola se me venía encima desde el grabado en relieve que Basia me enseñaba llamándolo montaña.
No lo dudé ni por un instante, esa fuerza repujada era la ola primigenia que había engendrado a los Balcanes. Al sobrevolar esas montañas hoy tan conflictivas, durante mi infancia, siempre vi una ola que se había solidificado de improviso, un cuadro estático del movimiento del mar. Basia me lo confirmó: "Hay cosas que se confunden: las montañas fueron el fondo del mar. Yo pinto montañas porque son lo que perdura, lo que no cambia, y las llamo catedrales porque en ambas puedes sentarte a escuchar cómo cantan las horas. Pasar el canto de los montes al papel o al grabado es tan imposible que lo intento una y otra vez, es mi obsesión sagrada, la voluntad de sacar en tinta algo que va más allá de lo que existe".
Basia es una anfitriona extraordinaria. Sin desatender un instante a sus visitas, en esa primera ocasión me permitió hurgar entre sus papeles, notar la fuerza de sus líneas, acercarme a paisajes de trazos rápidos, búfalos y caballos, gatos lánguidos, retratos de sus hijos, yerbas, árboles. Basia confirma todas las influencias que puedan reconocérsele. En diferentes etapas de su vida la han impresionado Durero, del cual se enamoró de niña, a primera vista; Rembrandt, que fue para ella una revelación; Monet y los impresionistas de los que aprendió a pintar el mismo monte en estaciones diferentes y en diversas horas del día. Sistemáticamente intentó encontrar el alma de las cosas según las técnicas de los pintores chinos, así como imitar la fuerza del movimiento de Turner. Chagall le llegó muchísimo y Kline con sus mujeres rosas y enormes. Klee la abrió a las maneras no tradicionales de ver la pintura. Afirma, segura de sí: "Para una pintora todo es influencia. Yo soy una esponja que absorbe cuanto hay de fascinante".
Los paisajes, "las catedrales" como les llama, que ahora expone en el Museo Nacional de la Estampa, nacen de la contemplación de la Sierra Madre del noroeste mexicano; sin embargo, contienen un camino más largo, se han plasmado durante dolorosas migraciones, lejanas estepas y colores distintos.
Basia Batorska nació en el norte de Polonia y hasta los seis años recorrió con su padre las florestas en que se encuentran los últimos búfalos europeos, esos enormes bóvidos que los pueblos de la antigua Europa veneraban por ser el símbolo de la Gran Madre. Fue luego deportada junto con su familia hacia el sur de Rusia, donde perdió al padre y a esa abuela que "me enseñó todo, la geografía, la historia de los pueblos y de los animales, el arte romántico que se veía entonces en los museos".
Si de los bosques de Polonia ha conservado la imagen del silencio y de la sombra, del sur de Rusia retiene las distancias, las inmensas bellezas que el ojo percibe al perderse en el horizonte. Pero fue Persia la tierra que le regaló su visión de los colores y lo que para ella es aún más importante, el aprendizaje de la tolerancia.
"De Persia se me han grabado en la memoria los naranjales de lsfahán y la sensación de antigüedad que ese aroma me daba al mezclarse con el de la ciudad. Ahí, a nosotros, los niños harapientos de Polonia, el sha nos abrió las puertas de sus casas y de los jardines imperiales. Aprendí entonces que hay un lado bello hasta en los poderosos; recuerdo a un príncipe que me vio observar una rosa por horas, cuando me distraje fue a cortarla para ofrecérmela. Tuve por primera vez conciencia de que la cultura se expresa en fineza, en ternura. En Persia existía un respeto absoluto para la vida de los niños. Por los colores del bazar de Teherán, que superaban los de Las mil y una noches, era considerado natural que yo pudiera meterme por doquier. Podía hablar con viejos señores que me respetaban contestándome con inteligencia, así como ir a espiar a los derviches que se acostaban sobre camas de clavos y bailaban sobre el fuego. También vi cómo la gente, por el fanatismo religioso, era capaz de pasar de la maravilla a la violencia: fue cuando mataron a los infieles, o sea a la familia armenia de mi maestra".
A los 10 años, cuando llegó a México, bajo ciertos aspectos Basia era una adulta. Ya sabía que la violencia es hija de la falta de felicidad y abogaba por un mundo unido. ¿Acaso los pasaportes no son el símbolo del miedo? Aún hoy rechaza todos los nacionalismos. Según ella, con los niños las personas no esconden sus sentimientos, no los disfrazan, y por haber vivido esa etapa de su vida como refugiada en muchos países, sabe que la ternura, la crueldad y el odio, son los mismos en todo el mundo.
Al llegar a la ciudad de México, Basia se peleó con su madre que la quería comparar con Varsovia. Le dio una sensación de enormidad que no lograba comprender. Luego, esa misma noche, soñó con las pirámides, "tal como eran antes de ser reconstruidas. Estaba encima de un templo y veía los colores del mercado, escuchaba el paso de la gente y sus gritos". México le encantó por sus dimensiones y sus ciudades. Recuerda Guanajuato, Ia mina de La Valenciana, "donde los mineros me bajaban con antorchas y me regalaban piedras".
Desde entonces, pintar es para Basia Batorska su forma de encontrar el equilibrio. En la escuela y en la casa dibujaba, raspaba, pintaba flores, paisajes y retratos. De tal manera, aunque nunca se consideró de antemano una artista, tampoco tuvo que tomar una decisión relativa a su carrera. Ella era una mujer que hacía las cosas sin prisa y que de repente empezó a exponer. Como los grabadores alemanes que le enseñaron la simplicidad del trazo limpio que llega al ojo y a la conciencia occidental, Basia pinta las catedrales más antiguas del mundo, el rezo gótico más puro: sus montañas, las yerbas, los árboles. El único poder que le interesa es el que puede ejercer sobre sí misma: el poder pintar. "El poder sobre los otros es falso, es un ejercicio dictatorial"
Germán Rodríguez
1989
LA LUZ DE BASIA BATORSKA
Qué decir de Basia Batorska y de su pintura. Acaso que sigue siempre deslumbrándonos con sus esplendentes juegos de luces, con su incesante comunión con el alma de las cosas, con esa conjugación en que la forma es tan sólo un pretexto para evidenciar la fuerza interior de los paisajes, los objetos o las personas. En muchos sentidos, Basia y su obra son esencialmente luminosas, un binomio indisoluble y nítido que conjura a las sombras del misterio.
Recientemente, en la Galería del Centro Cultural la Torre de Polanco, Basia Batorska presentó su exposición que titula "Las montañas épicas", nombre que tomó de los sonetos que escribiera el ilustre Manuel José Othón cuando conoció los extraordinarios parajes de la Sierra Madre cercanos a Monterrey.
Basia, como una fotógrafa de auras, o de la chispa que anima a los seres, tomó sus lienzos y pinceles para dibujar ante nuestros ojos esas épicas montañas que, al decir de Othón, y parafraseándolo, se apoderan con asombro de la mente y hacen que en los nervios y en los músculos se sienta "circular el pavor de lo divino"...
Y en efecto: al contemplar los cuadros de Basia un sentimiento místico nos invade: hay algo en ellos que va más allá de la perfección artística, de la trama cromática e incluso de los paisajes re-tratados; es como si, al vislumbrar la luz que emanan, uno mismo comenzara a difuminarse en vapores fluorescentes o súbitos resplandores, como si repentinamente la materia se desintegrara en alaridos de luz y lágrimas de calor y ensoñaciones de color.
Sus pictóricas montañas son tan poderosas que, por algo, José Luis Cuevas, en una bella carta dirigida a la pintora, describe que, incluso cuando los cuadros que integrarían la exposición ya no estaban en su estudio, su presencia persistió como la evocación que nos producen los paisajes que alguna vez miramos impresionados, sea al estar frente a ellos o al pasar, fugaces, a bordo de un tren panorámico. Tal, la fuerza y además el influjo de Basia.
Basia Batorska nació en Polonia pero tiene muchos años de residir en México, país al que ha adoptado como suyo, al grado de considerarse ella misma mexicana de alma. Sobre su quehacer han escrito numerosos y notables ensayistas, críticos y hasta poetas que se han sentido fascinados ante su obra. Cabe mencionar que su reciente exposición, independientemente del reconocimiento que ha obtenido, logró reunir en la noche de inauguración lo mismo a jóvenes entusiastas de su pintura, que a personajes ilustres como Octavio Paz, Fernando Solana, Gabriel Zaid, Verónica Volkow, Hellen Bickham (otra pintora notable), Soledad Jara, Raúl Zendejas, Manuel Ulacia, Julieta Campos, Horácio Costa, Alejandro Rossi, Enrique Krauze, Manuel Felguérez, Mercedes Oteyza, Jorge Kanahuati, Ulalume y Teodoro González de León, por sólo citar algunos nombres.
Y es que Basia, con su indudable talento y maestría, y con su tangible calidad humana, ha sabido conquistar a quienes, desde que entrarnos en contacto con ella y su pintura, nos hemos convertido en algo así como palomas de San Juan que bebemos de su luz, metamorfoseándonos al instante en ser-es luminiscentes.
Gonzalo Vélez
2015
LOS MARES DE BASIA BATORSKA
Los mares interiores producen sensaciones que no atinamos a nombrar. Concebimos sin embargo, a contracorriente, nombres para describir, o intentar asir, aquello que sentimos y que luego intentamos vanamente constreñir a nuestro léxico. Así nos sentimos seguros de poder decir amor, o felicidad, o desasosiego, creyendo que nombramos algo cuando no sabemos de manera cabal a qué nos referimos. En realidad, acaso, nombraríamos lo mismo si a nuestros estados emocionales los llamáramos, por ejemplo, Mar de la Fecundidad, Mar de la Tranquilidad u Océano de las Tormentas.
Todos los mares, la exposición de la obra reciente de Basia Batorska, parece estar en sintonía con esta cavilación. Aquí la artista eligió los nombres de los mares de la Luna para titular sus cuadros y otorgarle, además de la unidad formal, un sentido conceptual unitario a toda la serie, si bien, como sucede con el abstraccionismo lírico cuando su informalismo consigue verdaderamente capturar una sensación, las piezas de Basia invitan antes que nada a contemplar, a percibir más allá, o más acá, de la racionalidad.
La mirada del espectador es conducida así en estas piezas por los ritmos ondulantes, por las inusuales texturas de las composiciones, donde lo que confiere en cada caso carácter a las obras es el trazo gestual, no desbordado a la exclamación expresionista, sino como una afirmación visual, templada con el dominio de la intención, y una consumada alquimia de los materiales plásticos. Es, entonces, un disfrute apreciar esas calidades que parecen de intaglio, o a veces de encáustica, o a veces de trazos de dedos, que terminan haciéndonos preguntarnos cuál es la fórmula, cómo consiguió aplicar de ese modo la pintura.
Luego, llama especialmente la atención el procedimiento. Quienes nos dedicamos simplemente a observar, y acaso a reflexionar, quedamos un tanto marginados de lo que puede captar un artista plástico que se dedica de lleno con el mismo gusto que Basia a la cocina de la pintura, y que entiende cabalmente la dificultad técnica de conseguir esas calidades, pero también, en carne propia, el disfrute sensorial de trabajar con las manos embarradas de plastas, el olor de los colores, el gusto por la factura que deja siempre en la obra una huella perceptible al ojo avizor, una especie de sonrisa matérica.
Cuando un artista se sale un poco de las restricciones de una técnica pura, por ejemplo cuando combina técnicas, lo que se suele poner en la ficha museográfica es el ambiguo: "técnica mixta". Basia Batorska, en cambio, revela con toda precisión que sus obras fueron realizadas en: Placa de madera con relieves trazados sobre una capa de acrílico. Entintado con varias manos de pintura al óleo aplicadas simultáneamente. Una sola impresión sobre papel Fabriano 21 húmedo. A pesar de tan largo tecnicismo, las piezas son propiamente monotipias, es decir, el procedimiento parte del grabado, o de la estampa, pero el artista aplica su propia receta sobre la placa con el fin de lograr una pieza única —lo que ubica a la obra en realidad más cerca de la pintura que de la múltiple reproductibilidad de la gráfica.
La receta de Basia Batorska, como se ve fácilmente, proviene de muchas largas horas de laboratorio en el taller; es fruto de un experimentado conocimiento de los materiales con los que trabaja, de saber cómo actúa un pigmento sobre este o el otro aglutinante, cómo reaccionan los aceites de las pinturas a nivel químico, qué se necesita para que al levantar el papel, y luego de secarse, las texturas queden justo así.
Lo que nos preparó en esta ocasión fueron Todos los mares. Mares lunares, según sus nombres; mares de sensaciones visuales, según sus efectos. Estos mares de Basia Batorska a veces son como olas formadas por trazos en círculos: olas que avanzan en un trozo de océano, o que se alzan dramáticas si el formato es vertical, como si fueran una pared líquida; otros mares son sosegados, fluyen como los caireles de una cascada; otros son una sucesión de franjas gestuales, más o menos paralelas, que remiten a lo ondulado de la superficie del agua cuando sopla sostenida una brisa fuerte; en otros más se forman como volutas de espumas cromáticas. Y a veces, incluso, el color rebasa la placa, cual si una ola se hubiese desbordado hasta la playa de papel.
Cuando navegamos por la idea de mar, cuando tomamos los catalejos para mirar nuestros mares interiores, siempre los mismos pero nunca iguales, aprendemos después de un tiempo a reconocer su estado, su carácter en un determinado momento. Luego creemos que si aprendemos a leer así el ánimo del mar, entonces podremos saber dónde nos encontramos, y acaso controlarlo. Y esto nos trae de nuevo a nuestra propensión a nombrar. Basia Batorska eligió para su cartografía los nombres en latín con que fueron bautizados los mares de la Luna. De este modo parece tomar una distancia analítica, pero en realidad se trata de un guiño: esta serie de estupendas imágenes rítmicas, evocadoras, nos sugiere que somos embarcaciones al azar atravesando el Oceanum lncognitum de la vida, y que lo que percibimos a nuestro alrededor son, nada más, y nada menos, todos los mares.
Horácio Costa
1991
HIBRIDEZ, PARADOJA
Observemos bien estas imágenes. ¿Qué nos recuerdan? Paisajes panorámicos y paisajes mínimos: montañas y sierras lejanas, tectonismos selenitas, alturas del Himalaya, mapas de regiones no del todo familiares y no del todo ajenas. Pero también nos recuerdan detalles orgánicos con los que estamos habituados en nuestra vida diaria --la impresión que deja la marea que baja sobre la superficie plana de la arena, pasos arrastrados sobre el fango, un cuerpo que perezosamente abandona las sábanas, el perfil de un gesto cotidiano, el silencioso fluir del torrente por un cauce--. Relieves máximos e ínfimos; microscopías que son también visiones de conjunto; relieves reconocidos (o reconocibles) y al mismo tiempo extraños, no descodificables.
Las imágenes que Basia creó para esta exposición se caracterizan por esa especie de "temblor" interpretativo, por esta hesitación fundamental. Dejemos de lado la interrogante sobre si ellas son "abstractas" o "figurativas". Antes de hablar de su estilo, palabra ya bastante vacía de contenido en nuestros días, consideremos algo básico: el lenguaje.
La forma de producir estas imágenes está dada por la técnica del grabado, el cual, como todos sabemos, es caracterizado por la reproducción serial. Sin embargo, Basia crea objetos no repetibles en serie: a sus "grabados", si se los puede llamar así, les singulariza la no-reproductibilidad, la individualidad. Gracias a las pequeñas intervenciones de color que la artista hace sobre cada uno de ellos en el momento mismo de la impresión, cada cual se presenta como una imagen específica, resuelta en su cromatismo particular. En pocas palabras, el lenguaje empleado por la artista se sobrepone --en el sentido literal y en el figurado-- a la técnica utilizada para la producción de sus "grabados".
Así, al problema de la lectura, o de la interpretación (¿que "quieren decir" estas imágenes que se deslizan entre registros visuales que van de lo macro a lo micro simultáneamente?), o aún al del estilo (¿son "abstractas" o "figurativas"?), se suma otro, de género: si son o no grabados, caracterización que cambia conforme consideremos la técnica empleada o el lenguaje que se utiliza de esta técnica para proponérsenos en su especificidad.
En todo y por todo, una noción me viene a la cabeza, la de hibridez, a la que se suma otra: la de paradoja. Imágenes ni panorámicas ni microscópicas, sino más bien ambas cosas a la vez; imágenes que no pertenecen a los campos semánticos ni de lo abstracto ni de lo figurativo, sino más bien a una mezcla de ambos al mismo tiempo; grabados que no lo son sin dejar de serlo.
En la presente muestra, Basia Batorska nos ofrece imágenes híbridas, paradójicas, que reclaman el estatuto de la hibridez y de la paradoja como su interpretación posible. Porque son, por todo y en todo, representaciones afinadas con la sensibilidad desimplificadora de la época, compleja, tan compleja, que vivimos.
Javier Aranda Luna
LA SIERRA INCANDESCENTE
De niña conoció el hambre y el destierro, la. trashumancia por países extraños y lenguas incomprensibles. Pero el hecho que marcó su destino fue otro.
A los 9 años, Basia Batorska descubrió que, al igual que las líneas de su mano, el dibujo le permitía construir y llevar consigo el mundo que quería. Con el pretexto de su exposición “La sierra incandescente”, actualmente en la Galería del IFAL, nos acercamos a la artista.
¿Cómo te nació el interés por la pintura?
Recuerdo que de niña pintaba las paredes de mi casa, naturalmente con graves consecuencias. También dibujaba en la tierra, cosa muy agradable porque la lluvia formaba parte del proceso: ella borraba mis dibujos y al día siguiente podía volver a dibujar. Como eran tiempos difíciles, sólo contaba para ir a la escuela con un cuaderno y un lápiz. Nada de colores ni de apoyo especial para desarrollar tu talento. Ir a la escuela unas cuantas horas era lo único que podía hacer.
Me hablas de una época en que eras una niña.
Sí, cuando pintaba las paredes tendría 3 ó 4 años; y 7, lo recuerdo bien, cuando dibujaba en mi cuaderno a mis amigas, el águila polaca, flores y cosas de ésas.
En una charla con Bertha Cuevas dijiste que te impresionó mucho conocer a Durero porque en sus grabados encontraste cosas tan sencillas como la hierba.
Te diré por qué me impresionó: de pequeña acostumbraba ir a los museos con mi abuela. Allí había grandes pinturas románticas e históricas: reyes, reinas, batallas, caballos. En esos recorridos nunca vi una pintura con conejo o con hierba, como que no eran asuntos importantes. Pues bien, un día el director de la escuela montó una exposición con reproducciones de grabados. En esa muestra descubrí a Durero, a quien le interesaban las cosas sencillas como la hierba. Gracias a él me di cuenta de que pintar o dibujar era como tomar lo que tenías a la vista; que el dibujo te permitía apropiarte de lo que te gustaba y que para dedicarte a él no necesitabas recurrir a temas heroicos. A los 9 años, podía admirar un cuadro en el que aparecía Nerón tocando la lira mientras ardía Roma, pero ese tipo de temas me abrumaban.
Supongo que te interesaste en la naturaleza porque, literalmente, creciste en un bosque.
Es cierto. Nací en una de las más viejas selvas de Polonia. Similar, según algunos, a la Selva Negra. Me refiero a la selva de Bialowieza, donde viven los últimos bisontes. Mi padre era ingeniero forestal y estaba a cargo de la mitad de esa selva. A veces lo acompañaba. Esos viajes estaban llenos de misterio: me enseñaba árboles de mil años, veredas, animales y los lugares donde comían los osos. En invierno llevábamos heno para alimentar a los venados y en Navidad escogíamos el árbol para la casa. Vivía en un verdadero paraíso.
Pero llegaron los años difíciles.
Sí, llegó la guerra, desapareció el paraíso y fuimos a Rusia. Allí estuvimos en los maravillosos Montes Urales. Eran altísimos y azules como los bosques.
Es curioso: todas tus referencias biográficas tienen que ver con el paisaje.
¡Claro! Las montañas que ahora pinto son en cierta forma una evocación de las que vi de niña: los Cárpatos, cuando iba con mi abuela de vacaciones, la cordillera de Uzbekistán que se une con los Himalayas y posteriormente la Sierra Madre que tenemos en México; la de Monterrey. Todas esas montañas son parte de mi vida.
Todas esas montañas están en “La sierra incandescente”...
Totalmente. Por ello podrías considerar esta serie como autobiográfica.
Podríamos llamarla autobiográfica los que conocemos algo de. tu vida. Quienes no conocen tu pasado podrán encontrar en esta muestra tu gusto por las montañas, por un olivo, por cierto tipo de luz.
Hay una 'teoría que señala que siempre repetimos los entornos donde nacimos. Te daré un ejemplo en apoyo de esa teoría: el gran escritor Gabriel García Márquez nació en un lugar selvático de Colombia. Y su escritura es preciosa no sólo por la eficacia literaria, sino porque recoge el misterio de ese entorno donde los árboles, los ríos y la gente, en ciertos momentos, son lo mismo. Eso es fascinante.
Tus paisajes que a veces parecen metafísicos son constancia de lo vivido. Me llama la atención que ese recuento recuperación personal emocione a otros.
Mi deseo profundo al pintar es dar, poner en el lienzo algo de lo que siento.
¿Y cómo sabes cuando ya lograste eso?
Mira ese cuadro lleno de morados, lilas, verdes, claroscuros. Puede tratarse de un amanecer. Con los colores me interesaba hacer sentir el frío de ese lugar. Yo siento frío, ese frío, que al salir el sol, con su calor lo recrudece un poco más. Intenté que quien mirara el cuadro sintiera el viento frío y lo escuchara cantar en las cañadas. Cuando pinté el sureste mexicano quise que se escucharan los grillos o el chillido dé los monos. Esa fue, por lo menos, mi intención. Aspiro a que mis cuadros te provoquen ese tipo de cosas.
Según Salvador Elizondo, tu. pintura es diáfana y concreta. Creo que tiene razón porque una constancia de toda tu obra es precisamente la luz. Te haré una pregunta boba: ¿Por qué te interesa tanto la luz?
Monet ha tenido gran influencia en mi trabajo. ¿Recuerdas las catedrales que pintó y volvió a pintar? Esos trabajos me impresionaron mucho. Su trabajo con la luz me estimuló para pintar las montañas de Monterrey: pintaba la misma montaña al amanecer, al mediodía, al atardecer y cuando entraba la noche. Esos estudios me permitieron ver los cambios de la luz. Después hice lo mismo con una vereda de los viveros de Coyoacán: durante un mes, de ocho a tres de la tarde, me dediqué a pintarla para estudiar los cambios de la luz. Esos cambios me transformaron la visión y la perspectiva de las cosas.
Y, ¿cómo decides cuál es la luz que más conviene a uno de tus cuadros? Te lo pregunto porque estoy seguro que los pintores ven las cosas de una manera muy distinta al común de los hombres. Ustedes ven cosas que nosotros no percibimos.
Creo que si no ves la luz que yo miro se debe simplemente a los ejercicios de luz que hago. Imagino que si hicieras lo mismo podrías ver como yo. Podrías distinguir un amanecer de verano de luz roja que se torna dorada a las ocho de la mañana y es casi blanca al mediodía. Fíjate que cuando fui a exponer unos cuadros a Polonia vi que la luz a veces era lila, una luz que me pareció muy tranquila y muy profunda, quizá porque allá existen muchísimos bosques. Es una luz muy distinta a la de la Ciudad de México y naturalmente a la de Monterrey, que me parece increíble. No es un capricho que en esta exposición pinte montañas rojas: lo son durante la canícula.
Me admira que seas capaz de recoger esa luz oscura de tu natal Polonia y la de lugares muy abiertos como la luz de Monterrey.
Bueno, ahora ya no he pintado la luz de mi infancia, aquella luz verde, morada, guinda, misteriosa. La luz de los cuadros de La sierra incandescente es violenta, abierta, llena de vida, poderosa y, algunas veces, casi asesina. La luz de Monterrey es corno su gente: abierta, fuerte, vigorosa.
En ocasiones, me da la impresión que tus montañas y tus valles son personajes.
La Sierra Madre siempre me ha parecido un personaje.
Generalmente trabajas series: hiciste una de caballos, otra de gatos que entusiasmó a José de la Colina y ahora las montañas, ¿por qué las series?
No sé, parece una obsesión. Los temas me lo piden y de pronto sólo pinto gatos o montañas hasta que termino. Desde 1975 he hecho series sobre las montañas. Primero, una serie titulada “La buena tierra”, después otra que llamé “Las catedrales”. Y aunque el tema es el mismo, las montañas cambian porque yo cambio. Hago series porque no sé hacer otra cosa.
¿Recurres a las series para agotar un tema?
Para agotarlo por el momento, porque puedo retornarlo después.
¿Y cómo escoges los temas de .una serie?
No sé. Simplemente porque me entusiasman. Cuando empiezo una serie me emociona ver cómo se transforman las ideas de un cuaderno llevadas a la tela.
¿Tomas apuntes?
Si, generalmente, tomo muchos apuntes: primero un apunte chico en blanco y negro en una hoja; después hago una acuarela un poco más grande; luego otra o un pastel en una hoja de fabriano; posteriormente, trabajo en acrílico sobre papel, y al final trabajo en la tela. Yo no puedo trabajar a la primera impresión. Cuando me ves pintar en una tela es porque ya estudié el tema en dibujo, en acuarela, en pastel, en óleo o en acrílico. Paso por varias etapas para llegar al cuadro final.
Y cómo sabes que el cuadro que pintas es el último, que no se trata de otro estudio.
Eso es un misterio. Un gran pintor dijo que dejar de pintar un cuadro es todo un arte.
Pues de veras es un misterio. ¿Cómo supiste, por ejemplo, que la luz de esta montaña roja era la que querías?
No sé. Cuando estoy por concluir un cuadro procuro tenerlo frente a mí el mayor tiempo posible. Lo miro mientras desayuno, mientras como, mientras trabajo en otras cosas. En ese lapso puedo cambiar algo o, si me satisface, darlo por concluido. Si lo veo y reveo es para buscar sus fallas; algunas veces puedo corregirlas y otras he terminado por desechar el cuadro.
Me gustaría insistirte en la pintura como constancia de vida, como ejercicio de memoria.
Recuerdo que cuando viajé a Samarcanda tenía la idea de que era una gran ciudad. Pero al llegar a la periferia me encontré las mismas casitas que tenemos en México, y al mismo señor sentado en cuclillas vendiendo melones en medio de un caserío de adobe. Viajé miles de kilómetros para darme cuenta de que las cosas que me interesaban son las mismas aquí y en cualquier parte. No creo que podamos inventar algo. Llegamos siempre a lo que en cierta forma conocemos.
Si nos atenemos a tu obra, tu memoria es geográfica y botánica principalmente. No encuentro en ella ese pasado difícil cuando fueron expulsados de Polonia tú y tus padres.
No está, para qué. Qué ganamos viendo la tristeza. Yo respeto la protesta de la gente, pero no puedo pintar el dolor. Prefiero pintar la alegría de vivir, de ver, de tocar, de caminar a través de la memoria.; A mí pintar me divierte. Es de una enorme concentración, pero no de sufrimiento; me encanta. Si sufriera no pintaría.
¿Nunca te interesaron los temas de la pintura mural mexicana?
No. Admiro a los grandes muralistas, pero no me interesa pintar murales. Mi interés es otro: la pintura de caballete con temas como gatos, caballos, ajolotes, paisajes.
Jorge Juan Crespo de la Serna
1974
MAGNÍFICA SELECCIÓN
Una bella y fina joven de ascendencia polaca —Basia—, que hace luengos años vive entre nosotros, exhibe en el Instituto Francés de América Latina una magnífica selección de sus grabados, con el título de “Cuerpos celestes”. Naturalmente, las formas tienen perfiles que las identifican, como algún círculo apenas vislumbrado entre nubes y masas flotantes, que (se adivina) están en momentos de fragmentación preparatoria de inevitables metástasis de transformación.
Lo que descuella en casi todos los temas o variantes de una visión en serie de lo cósmico, es sin duda el valor concedido al espacio. Está tratado en estos grabados como una entidad lógica, como un refugio, como un hecho complementario que atestigua existencias; al propio tiempo, exige y llama a los accidentes del cosmos a que pertenece, para unirse a ellos, o rechazarlos si la fenomenología meteorológica interviene en su destino. Espacio sideral, entes siderales: he aquí el mundo misterioso, compacto y fluido a la vez, que el corazón y la mente de esta artista ha concebido y hecho concreto, como un conjunto de signos y símbolos que sobrecogen al espectador de esta era cósmica.
José de la Colina
1982
DIGAN LO QUE DIGAN
filósofos y poetas, un gato no es todos los gatos. Un gato no es igual a otro gato. Pero aquí no se detiene el prodigio. Tal vez se sabe menos que no existe un instante de gato igual a otro instante de gato. ¿Será que el gato sólo pertenece al Tiempo, y no también al Espacio?
lnasible, el gato. Se diría que fluye de uno en otro instante. Por eso las momias felinas de los hipogeos egipcios son aun más blasfemas que las momias humanas. En el pecado, la penitencia: nadie ha logrado dibujar, pintar, esculpir al gato. Pura música silenciosa, el gato. Con este o aquel pelaje.
Basia lo sabe, sabia Basia, y en lugar de dibujar o pintar gatos. dibuja o pinta instantes de gatos, los mil y uno e infinitamente más momentos de todos los gatos que han consentido en pasar y posar ante los claros ojos de la artista.
Instantes gatos o gatos instantes de color sol o color agua o color tornasol o color tornagua. Los minutos o segundos de gato transcurren a través de los colores y las líneas. Como la catedral de Monet. Porque, por ejemplo, un gato sentado tiene algo de catedral, más la mirada del gato o la mirada gato.
Río de gatos, aquí. Fugacidad de los gatos. Los gatos eternos tal como en ellos mismos lo efímero los convierte.
Nadie se ha mirado dos veces en los ojos del mismo gato. Basia lo sabe. Mira a ese gato que en el abrir y cerrar de ojos ya es otro gato, ningún gato, todos los gatos.
El gato fluye de fuera hacia adentro, de adentro hacia afuera, en los ojos de Basia, en nuestros ojos, en los ojos del gato.
Un minuto de gato es una alegría forever.
José Luis Cuevas
1988
LOS PAISAJES DE BASIA
La pintora Basia toma el tren El Regiomontano que se detiene entre Monterrey y Saltillo, en plena Sierra Madre del Norte, lo que le permite hacer anotaciones en su libreta de dibujo. Después, ya en su estudio de la ciudad de México, éstas, le servirán para pintar al óleo sus sorprendentes paisajes.
Hoy los he visto por primera vez. Me los dejó por la mañana y cuando entré en mi estudio me creí situado en uno de los asientos del ferrocarril contemplando lo que Basia miró, anotó y después pintó. Sin embargo no podría hablarse de paisajes estrictamente realistas. Hay algo onírico en ellos que nos lleva a pensar que la pintora después de haber hecho sus apuntes en el tren se quedó dormida y los paisajes aparecieron en sus sueños. Esto sería lo que después pintó: lo visto y lo soñado.
Así sucede con frecuencia en muchos artistas. Cuando pintamos algo que de pronto evocamos, no sabemos si fue algo real o soñado. A mí me sucede incluso cuando escribo mis memorias. Frente a la máquina de escribir, recuerdo un hecho y lo escribo. Después se dirá que soy fantasioso y entonces se siembra en mí la duda, si lo relatado fue por mí vivido o soñado. Después de todo qué importa. Lo mismo da.
La contemplación de los cuadros de Basia me han dejado en un estado de asombro. Se apodera de mí la impresión de lo ya visto. Pero yo nunca he viajado en El Regiomontano para detenerme en la Sierra Madre del Norte. Por consiguiente, no he contemplado lo que Basia vio y anotó. Lo que sí es probable es que en alguno de mis sueños, hayan, aparecido estos paisajes, los que posiblemente Basia también soñó.
Los cuadros de Basia ya no están en mi estudio pues fueron recogidos por ella hoy por la tarde. Sin embargo sus paisajes persisten en mi memoria. Cierro los ojos y me veo inmerso en ellos. Soy un habitante solitario en medio de esa naturaleza agreste. Estoy soñando. Cuando despierte, me hago el propósito, compraré un boleto para viajar en el tren El Regiomontano, pidiendo se detenga entre Monterrey y Saltillo, en plena Sierra Madre del Norte.
Juan García Ponce
1972
ECOS INFINITOS
Se trata de crear una superficie y hacer aparecer sobre ella, en ella, determinándola, definiéndola, todos los incidentes para que éstos encierren y exterioricen el sentido de la creación. Extendidos, aparecidos, del silencio del papel blanco, los sutiles, trabajados, grabados de Basia no son nada más.
Y, una vez dichas estas primeras palabras, no habría que decir otra cosa, si no fuera porque, a partir de su existencia como un campo magnético sobre el silencio del papel, son ellos —los grabados—, es ella —Basia—, los que con una sola voz, la voz única del arte, se ponen a hablar.
Entonces tenemos que ponernos a escuchar ese rumor ininterrumpido que va de una obra a otra, que no tiene origen sino que aparece de pronto y continuamente se mueve, que nos dice de monumentos minerales y bosques petrificados, de animales mínimos y formas astrales.
¿Todo eso forma los grabados de Basia? Tal vez no. Todo eso está en los grabados de Basia, convertido en forma, encerrado en la superficie que los constituye y animando esa superficie. Pero cuando el artista encuentra a la forma, la voz que se pone en movimiento tiene ecos infinitos.
Julieta Campos
1985
BASIA EN TABASCO
Yo creo que la alegría es la emoción generadora en el arte de Basia Batorska. Basia goza el mundo y el mundo le devuelve su amor y se le entrega dócil y enamorado.
En el espejo de sus acuarelas, lo que ha mirado queda prendido en el trazo que capta las formas o en el color que, iluminado, dice el tono, la intensidad o la ligereza con que las cosas son. Prevalece en los óleos la densa presencia de colores fundamentales. En los grabados, plantas y animales se recrean en tensión de volúmenes, de texturas, de líneas y de color de tal manera que algo de su naturaleza se acentúa, madura y cristaliza.
Parecería iluso buscar matices cuando la luz es tan rotunda y avasalladora como en Tabasco, pero su ojo tan fino, tan entrenado, detecta la interioridad del paisaje trabajado por la luz, diverso de sí mismo a cada instante. Lo que nos devuelve es a la vez familiar y desconocido, porque nos enseña su cara oculta, su ser otro, que no le habíamos descubierto.
Yo conocí así un tamarindo que durante meses había mirado, sin saber verlo, frente a la ventana de una escalera que bajo todas las mañanas. Hasta que Basia me regaló su imagen, en acuarela sobre papel, y supe que era, que podía ser por momentos, amarillo y que, cuando se volvía amarillo, alcanzaba la esencia de su ser tamarindo.
Conocí la tormenta, que no es más que la regresión del paisaje a un estadio anterior, cuando todavía no se individualizaban las diversas manifestaciones de la vida y todo se confundía en una simbiosis preñada de vaticinios. Y conocí mi patio, tenue ternura del verde húmedo de helechos casi acuáticos: acuario vegetal transido de un leve resplandor vagamente dorado.
Flores, árboles, follaje, frondas de Tabasco le han despertado a Basia, en nuestro trópico a la vez despiadado y pródigo, sensaciones que reaniman otras, remotas en su memoria, vividas entre abedules y frondas septentrionales, allá en la Bialowieza de su infancia polaca.
Su padre, ingeniero forestal, estaba a cargo del bosque donde habitan, entre árboles que han conocido el paso de los siglos, los últimos bisontes europeos. No es extraño que nuestra cálida, envolvente, naturaleza le haya reintegrado con creces aquel perdido paraíso.
Esperaba encontrar en los óleos pintados por Basia en Tabasco la luz del cenit, cuando el sol se apodera del espacio y el tiempo queda en suspenso, como si ya para siempre fuera a ser mediodía. Pero la luz de estos óleos es más nocturna o, más bien, está cargada de la humedad umbrosa de la selva, de los sitios recónditos donde la luminosidad es otra y pesa, como de plomo, el tiempo que se cuenta por milenios. Aún la luz brutal que envuelve los templos de Comalcalco tiene ese peso y el sitio adquiere una extraña y casi sobrecogedora presencia, arcaica y alucinante.
Luis Carlos Emerich
1987
LAS COSAS VIVAS
Basia Batorska contempla y plasma una y otra vez los objetos vivos para entender cómo se modifica por sí misma la materia y cómo las variaciones de la luz y el ánimo multiplican el misterio de su ser recóndito hasta tornarse insólito.
La transformación de su apariencia física implica la existencia de una fuerza infinita de cierto, con un potencial expresivo incierto, pero, de hecho, bello. La flor, las hojas un árbol, un conjunto de arbustos, luego las montañas, la atmósfera clara o turbia, un río, son los motivos físicos siempre presentes, siempre inadvertidos, que contienen el mayor misterio digno de explorarse: la infinidad de la naturaleza y la nimiedad de los objetos en que está contenida.
Las cosas no terminan en sus confines reales, son puntas de icebergs que guardan bajo el nivel de la conciencia física de ellas la complejidad monumental del mundo, visto éste como continente del espíritu. Y éste es el tema de la búsqueda de la pintora polaca Basia Batorska, mexicana desde hace mucho tiempo, en un campo que, genéricamente, podría confundirse con el de la naturaleza muerta o el paisaje, o con tendencias pictóricas como el automatismo impresionista de la sola contemplación de éstas, hacia una definición personal del misterio que encierra el propio fenómeno creativo en general, y el plástico en particular.
La infinidad de lo pequeño
La amplísima obra de pequeños cuadros de Basia Batorska sorprende porque señala, como por vez primera, lo señalado y significado tantas veces, de refilón, por el arte occidental en sus detalles accesorios o ambientales que rodean al «motivo plástico» principal, pero que las caligrafías china y japonesa han mostrado que al sondearlo se plantea un misterio; y éste un misterio mayor, y así hasta aclarar que el artista encuentra su realización plena como ser humano y descubridor en el proceso mismo del descubrimiento, más que en la misma obra concluida, ya que ésta, en última instancia, sería prescindible por ser sólo señal de lo obrado realmente en el espíritu del artista. Para Basia, la obra está expuesta en el momento de su conclusión, sin necesidad de llegar a las galerías.
De los calígrafos, Basia ha asimilado a su experiencia el hecho de que el pintor es sólo un puente sensible entre la Naturaleza (con mayúscula) y la naturaleza de la expresión plástica, como signo de su infinidad. Ha ejercitado la automatización del trazo del pincel o la pluma hasta hacerlo vehículo de transmisión directa de contenidos sintetizados; asimismo, la capacidad de abstracción y rememoración de vivencias de los objetos que las estimularon. Así, un árbol puede serlo a la vista, pero transfigurarse al sentido.
Cien veces el mismo árbol
No es raro (mejor, es muy significativo) que la obra pictórica de Basia esté compuesta por, largas series de cuadros (que otros pintores llamarían bocetos), donde se observa y rememora luego cien veces un solo motivo, por ejemplo, un árbol, el agua, donde sentimos el proceso de sintetización y purificación hasta llegar a la verdad visual única, donde lo físico apoya las flexiones espirituales.
Así que la obra completa es una larga, sutil secuencia cuyo primer placer sería el ritmo de las transfiguraciones del objeto en su esencial presencia. Y para esto se van obteniendo gradualmente las correspondencias de los materiales empleados (sean óleo, acuarela, tinta, lápiz) hasta extraerles las calidades consistentes con la materia que van a animar. Las fluctuaciones del «ser» plástico del objeto, lo son también cromáticas y lineales, disolvencias y ritmos de acentos que conforman el verdadero «objeto», que es la interioridad de la artista. En cada paso hacia una verdad, en cada cuadro, se ahonda en el conocimiento de las formas, a la vez que en las sensaciones que despiertan y revelan las calidades del ser humano.
Si lo contemplado y revivido son las aguas del río y su posible unión con el cielo, la abstracción de sus riberas (su virtual línea de unión en el plano del cuadro y el anímico) será el verdadero motivo plástico, el señalamiento visual de que todo está hecho de una sola materia universal que se diversifica por mero accidente. Cielo y tierra, vegetación y fauna, hombre y luz, son una y sola materia viva en perpetuo movimiento, infinitamente rica en mutaciones.
Para Basia Batorska el paisaje grande o una simple flor tendrían que ser esto, si no, no tendría por qué buscarse más pies a sus gatos, perros, toros, caballos y mucho menos explicarse por qué el curso de la luz del día hace de un solo árbol, cien; de una sola flor, mil.
Manuel Ulacia
1989
LAS MONTAÑAS DE BASIA BATORSKA
Mi amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonorosos,
el silbo de los aires amorosos,
San Juan de la Cruz
Con el mismo título de los tres sonetos que escribió Manuel José. Othón después de visitar la Sierra Madre del Norte en las cercanías de Monterrey, “Montañas épicas”, Basia Batorska nombró la exposición que celebró el año pasado en la Galería del Centro Cultural Torre Polanco.
El mismo tema, con diferente obra, la artista expone ahora en el Instituto Francés de América Latina. Si las pinturas de la exposición anterior rescataban el instante del crepúsculo o del amanecer en las cumbres regiomontanas, en los cuadros y dibujos que ahora se exhiben, parece expresar el instante de la "Noche oscura" de San Juan de la Cruz.
Recordando los versos del místico castellano, Basia Batorska, en sus óleos en tonos negros y grises, en sus dibujos al carbón, en sus tintas, acrílicos y acuarelas, busca, en la oscuridad, lo inefable, lo indecible. La artista pinta, dibuja e inventa aquel silencio sonoro con el que la divinidad se expresa. En sus cuadros, las altas montañas se levantan desde los valles solitarios conquistando con su presencia el sueño de su rapto. En estas pinturas, en una suerte de metáfora barroca, lo majestuoso de las montañas se contrapone, en claro-oscuro, al detalle en un primer plano, de unos pastizales o de dos o tres moradas.
Las montañas que pinta Basia Batorska son las montañas que la acogieron cuando llegó a Monterrey, después de huir con su madre y su hermana de las persecuciones que vivía Polonia durante la Sequnda Guerra Mundial. De los bosques de Bialowieza —unos de los más antiguos y frondosos de Europa—, Basia Batorska se encontró, a su llegaba, a los nueve años, a México, con el gran desierto y las montañas regiomontanas.
Aquel bosque que la vio nacer y crecer aparece también, una y otra vez, en su producción pictórica. En esta exposición, se presentan además de las obras mencionadas, algunos lienzos con el tema de los árboles de la Selva Negra polaca. Además, la exposición contiene algunos cuadros que Batorska realizó en sus visitas por las selvas mexicanas. Tanto los árboles petrificados en la memoria como la espesa vegetación tropical del país emiten una luz intensa. Desierto y selva, dos geografías vacías, en donde el ser en su plenitud se llena, se presentan ahora en esta muestra.
Minerva Margarita Villarreal
LUNÁTICA
Mesetas confundidas con océanos
óvalos y círculos que fijan la oscuridad
la anillan
en esa superficie carcomida por falta de luz
porque el sol no aparece
como si una tatarabuela rota en su abandono
desde sus años
emitiera un rayo de roja intermitencia
un rayo triste
que anida y se transmite sin poderlo ver
un rayo que circunda el diámetro de ese pozo de luna
y alimenta el miedo
en esta soledad de saberse tan lejos
porque el sol no aparece
Pero Alguien descubre las planicies
y sus manos irradian
a esos mares desiertos
acariciados aquí
junto a mi cama
habitados en su nada materia
en su materna nada
en su nada fecunda
en su hoyo
en su nada nunca está muerto
y a nado la mano dobla el agua que no hay
a nado asciende y vuelve
circundando su corriente devastada
Tu mano tomada por el sol
embebida del haz
nutricia y bautismal
tu mano
del torrente de agua de la ausencia
se alza
Y su voz es un ángel dando luz a la sombra
y tu mano capaz de provocar tempestades aún en el marisma que no hay
de elevar el oleaje
de provocar su fuego
dentro del muro que hace un cráter gigante
inundado de lava
mientras cumbres de miles de metros lo asedian:
catedrales doradas del sueño
inclinadas hacia el crepúsculo ardiente
hechizadas de polvo
alzadas aristas góticas
torres que anhelan luz
El mar en ese polvo de cráteres
en sus hoyos vacíos
orificios de una distancia que recorre
el movimiento circular de los cuerpos celestes
y sus bocas inmensas lo pronuncian
Cléomedes
¿donde caerán las islas?
El náufrago no supo navegar
la estación del Mar Crisium que todo lo oscurece
Pero esta mano llega a las montañas azules y las torna bermejas
abras suspendidas
heridas que escurren
sin que el aire
—verde ladera de la memoria—
se deje respirar
como si fuera la primera vez
y la furia empujara sus acantilados
Afiebrado monte candente
ígnea piel de magma y sedimento
El ojo llama por las vetas
que luego van mudando de rostro:
animales o dioses o mantos
Sentémonos a escuchar el mar que huye
a orillas de la pared celeste
Algo va más allá de lo que existe
Minerva G. Vacio
1991
LAS CATEDRALES
Las catedrales góticas representan la expresión más noble en la arquitectura del pensamiento para Basia Batorska, al igual que las montañas y las sierras, ya que son la expresión más ilustre de la naturaleza.
A los montes o sierras los ha llamado catedrales porque el tiempo ha transcurrido sobre ellos sin mancillarlos, por su permanencia y porque siempre han existido.
"Con esta exposición, el Museo Nacional de la Estampa concluye su ciclo de actividades en el presente año y cinco años de labor constante", anunció Beatriz Vidal. Sobre la obra de Basia Batorska, la directora del museo manifestó su admiración por la pintora y la consideró una maestra de la gráfica por su percepción y destreza", "aunque ella no lo quiera reconocer", admitió.
Basia Batorska lleva muchos años trabajando con el tema de las montañas y admitió que continuará con éste "porque me da la oportunidad de experimentar". El lenguaje que maneja esta pintora manifiesta armonía en sus tonos conjugados, y su tendencia hacia las cosas naturales refleja su singular gusto por una arquitectura vieja y serena.
Basia Batorska nació en Bialowieza, Polonia. Esudió Filosofía y Letras en el Tecnológico de Monterrey. A partir de 1971 su trabajo (forjado a base de disciplina y lógica, "elementos necesarios crear"), se ha exhibido en diversas exposiciones individuales y colectivas, llegando a sumar más de 68.
"Las catedrales de Basia Batorska", representan un compendio de 58 grabados, realizados exclusivamente para esta muestra. Temas: montañas, dunas, mareas eclipsadas, relieves románticos, tonos, tierras y fuertes inspiraciones naturales.
1
Expresiva, amable y directa, Basia Batorska se asombra ante las cosas cambiantes, evolutivas, se inclina por las obras que no permanecen estáticas, para ella no existen los límites, por eso su gusto por la variación.
Abstracta, híbrida y figurativa, los términos para denominar su obra le dan lo mismo, y todos los asume con objetividad. Admite que hay distintas maneras de ver las cosas "y todas son interesantes y respetables".
Perla Schwartz
1988
BASIA BATORSKA Y SUS MONTAÑAS
Allá, tras las montañas orientales,
surge de pronto el sol, como una roja
llamarada de incendios colosales,
y sobre los abruptos peñascales
ríos de lava incandescente arroja.
Manuel José Othón
Las montañas buscan alcanzar el cielo, sumergirse en su inagotable superficie y allí perderse. Las montañas y sus cimas, amplias, anchas, aparentemente inalcanzables, esas montañas que son presagio de los infinitos poderes de una naturaleza capaz de haber creado, con tierra y roca, una obra monumental.
Esas montañas son el Leitmotiv de la obra más reciente de la pintora Basia Batorska, misma que a partir del próximo jueves 10 de noviembre quedará expuesta en la galería del Centro Cultural de la Torre de Polanco de la Delegación Miguel Hidalgo de esta ciudad.
Una serie de acrílicos y dibujos conforman la serie de Basia, donde ella concibe a las montañas como si fuera catedrales. En ellas hay por una parte esos recuerdos de infancia, por siempre imborrables, de su natal Selva Negra en Polonia, la cual captó con esos ojos de asombro, con que el niño va capturando su entorno; y, por otra parte, está la Sierra Madre del Norte, cercana a Monterrey, donde la artista pasó una buena parte de su vida.
Hoy, con la nostalgia creada por una atmósfera de asfalto, grises y suciedad paisajística como sucede al vivir en la ciudad de México, Basia se enfrenta al lienzo en blanco, recuerda los apuntes de las montañas, y en su oscilación que va del realismo al sueño, en un viaje de ida y vuelta, donde ambas aproximaciones perceptivas se confunden, tiene acceso al surgimiento de sus montañas épicas, donde también está la presencia de un poeta que en el siglo pasado, supo cantarle a los montes, Manuel José Othón:
Media noche. Se inundan las montañas
en la luz de la luna transparente
que vaga por los valles tristemente
y cobija, a lo lejos, las cabañas."
En el caso de Basia Batorska, las montañas, rara ocasión, no cobijan cabañas a lo lejos, sino más bien se encuentran ceñidas por el color intenso, preciso; sea el ocre o el morado que cae como un manto protector, sea el café o el amarillo que son convocados, lo importante es dar cita en el cuadro a ese paisaje guardado celosamente en la memoria, que al pasar por el cedazo del recuerdo y sus correspondientes erosiones, adquiere otro tipo de dimensión.
Para su muestra de "Las montañas épicas", el pintor José Luis Cuevas escribió: "La contemplación de los cuadros de Basia me han dejado en un estado de asombro. Se apodera de mí la impresión de lo ya visto. Pero yo nunca he viajado en "El regiomontano", para detenerme en la Sierra Madre del Norte, por consiguiente no he contemplado lo que Basia vio y anotó. Lo que sí es probable es que en alguno de mis sueños hayan aparecido estos paisajes, los que posiblemente Basia también soñó".
Los acrílicos de Basia Batorska son, por lo tanto, esa conjunción tan necesaria en el auténtico arte de ser espejo de la realidad, pero también síntesis de la sensibilidad del creador para enfrentarse con su entorno. Son, sus montañas épicas, una aproximación definitiva a la magia de un pincel del cual van surgiendo los trazos con la certeza de así crear un microcosmos donde todo es posible, incluso: el poder abrazar la inmensidad.
Salvador Elizondo
1972
¿GRABADOS O PINTURAS?
Suele decirse, para elogiar la obra de un pintor,
que está llena de misterio. Cuando las formas que la configuran no hacen un total narrativo o cuando menos misterioso, se dice de ellas que son "abstractas" o “no figurativas". Pero qué mejor elogio de una obra pictórica que decir que es diáfana y concreta.
Reside en la conjunción de esas dos virtudes la verdadera pureza
de estas construcciones que obtienen, además, una gran riqueza expresiva de la combinación de diversas técnicas tenidas por inconciliables.
¿Son grabados? Sí, en lo que respecta a la estructura tectónica invariable, resultado de la aplicación de un esfuerzo físico que se traduce en una presión de media tonelada por centímetro cuadrado.
¿Son pinturas? Sí, en la medida en que sobre la trama invariable que el grabado ha producido se va desarrollando un delicado drama cromático espontáneo, emotivo, variable.
Si la destreza de la artista está en la estructura, su emoción está en el juego de colores que puede jugar en ese tablero.
¿Cómo ha obtenido Basia esta conjunción? ¿Cuál es el método que subyace a estas combinaciones? Yo pienso que por un procedimiento de composición musical. Pienso que estos objetos pictóricos son como músicas táctiles sólo aprehensibles por la vista.
Salvador Elizondo
1975
BASIA EN VARSOVIA
La sabia providencia que rige el eterno retorno ha querido que, después de años de crecimiento en tierras adoptivas, la planta devuelva, en exótico y rotundo fruto, los bienes que obtuvo del lugar en donde brotó.
Se cumple con esta exposición de Basia Batorska en Varsovia el rito recurrente de una especie de vuelta a los orígenes, enriquecido el retorno con la experiencia de cielos, de soles y de luz diferentes.
El curioso espectador de estas obras visuales a las que ningún nombre convendría mejor que el de impronte no dejará pasar inadvertidas algunas de sus cualidades más interesantes.
En lo que se refiere al color, por ejemplo, es evidente la superposición de planos cromáticos; como si se pudiera distinguir una gama de fondo que subyace a un primer plano en gama de colores complementarios. Lo que llama la atención de este procedimiento es que esa yuxtaposición de dos registros de color diferentes no está dada por transparencia de las capas de pintura, ya que estas son todas opacas, o por la múltiple impresión de una misma placa con diversos colores transparentes y planos, sino por la presión mecánica, en un solo paso por los rodillos de la prensa, lo que crea un relieve concreto y real en el plano pictórico y no solamente una figuración de relieve por el claroscuro o por la manipulación de la dirección de la luz.
La textura, es decir el conjunto de posibilidades de sensación por las que un estímulo visual puede estar dirigido a una célula de percepción táctil, se ve no sólo agradablemente confundido sino también ampliado. La textura, en fin, no solamente se manifiesta por el color que figura el relieve sino también por el relieve real. Estas condiciones saltan a la vista.
Pero no es sólo en las cualidades materiales de estos grabados sui generis en las que hay que pararse. De la misma manera en que los tonos opacos se vuelven transparentes gracias al relieve real que el pintor ha dado a la superficie sobre la que se desarrolla su trabajo, su ánimo y su disposición particular se conjugan en una sucesión simultánea —valga esta expresión redundante para definir el fenómeno—- por la que podemos percibir esa conjunción de lirismo, de espontaneidad, de cercanía a la naturaleza y a las cosas físicas que la componen, tanto como el empeño del artista para desentrañar, mediante esas figuras tangibles y visibles a la vez, la raíz abstracta de las cosas concretas.
Una sensualidad firmemente arraigada en los hechos que componen el complejo de la materia y un sentimiento inmediato del valor de las percepciones intangibles, se aúnan en estas obras que en su indefinición y misterio técnico nos revelan la tentativa de una síntesis digna del más alto elogio que podemos hacer de una obra de arte: el del silencio que su contemplación nos inspira.
Sergio Pitol
1981
BASIA Y LOS SENDEROS DEL BOSQUE
Basia Batorska se detiene ante un camino de los Viveros de Coyoacán durante algunos días y logra lo que en el fondo todo artista anhela: detener el tiempo, inmovilizarlo, coagularlo y a la vez, registrar sus mutaciones, las modalidades que la naturaleza (la antagonista y subterránea cómplice de la obra de arte), va imponiéndole.
Basia vuelve a los bosques. Conozco fugazmente algunos signos externos de la biografía. Nació y vivió parte de su infancia en la selva de Bialowieza. Ese sólo hecho despierta en mí el recuerdo de uno de los más profundos estupores sentidos ante el paisaje. Visitar Bialowieza en cualquier época del año, significa estar en presencia de una de las más soberbias y poderosas manifestaciones de la naturaleza: el bosque infinito poblado por árboles que se cuentan entre los de mayor antigüedad del mundo, la rica gama de colores que los recubre, la selva ornitológica que anida en su maleza, y, bajo las cargadas frondas, tan arcaicos como los abedules y encinos que allí crecen, el paso lento, ligeramente obtuso y obsoleto de los últimos bisontes que sobreviven en Europa. En alguno de los mínimos caseríos de la región, Basia, muy niña, pobló de esas visiones su retina.
Antes de que la niñez llegara a su fin, las imágenes se truncan. Comienza esa etapa de viajes forzados que sólo la guerra es capaz de producir. Llegar a México se convierte en una hazaña. Los itinerarios no obedecen a ninguna coherencia. La selva de Bialowieza se fractura y estalla como un espejo herido por un proyectil pesado. La línea recta deja de tener razón. El azar traza un tejido intrincado y multicolor de caminos que obedece más bien a la lógica de las aspiraciones y ensueños infantiles. Aparecen y desaparecen los Urales, el bazar de Teherán (donde en una tumba muy simple yacen los restos de Hanka Ordonówna), las calles tumultuosas y riesgosas de Bombay, algún puerto sin misterio de Australia, la bahía de San Diego hasta fincarse, para bien o para mal, en Monterrey.
Años después, en la plenitud de sus facultades, Basia se instala frente a una senda de los viveros de Coyoacán y trata de registrar día con día sus mutaciones de color, de vibraciones de luz, de registros cromáticos con una de las técnicas más difíciles que existen para ello, ya que no le permite al autor enmienda ni rectificación alguna.
De la tensión nacida de esa lucha entre lo que un lugar tiene de permanente y las mutaciones que en él se producen ( isólo lo que cambia permanece y dura!), Basia Batorska crea algunas de sus obras mejores, y de manera que algo debe tener con la alquimia —ya que jamás ha vuelto a las selvas de su infancia—, con árboles mucho más frágiles y delicados que los de Bialowieza recrea el mismo misterio: un dramatismo de ocres, oros y lilas semejantes a la cúpula de los senderos donde un memorable día de otoño ví deambular a los bisontes.
Tere Ponce
1981
APRESAR EL PAISAJE
Después de cuatro años de aparente retiro de las galerías de pintura, Basia Batorska volvió a exponer. Ahora fue en la ciudad de Monterrey, donde presentó una serie de acuarelas verdaderamente inolvidables.
Conocida más como grabadora (sus grabados forman parte ya de la historia del arte contemporáneo mexicano), Basia, a quien la acuarela gusta por el reto que representa: la instantaneidad, el no poder modificar los errores, la atmósfera que adquieren los cuadros, quiso retornar a las salas de exposición precisamente con paisajes hechos en acuarela.
E hizo bien. Porque pudo obtener en ellos un misterioso encanto que irradia no tanto del objeto representado (un sendero de los Viveros de Coyoacán) sino de su propio espíritu.
Todas las mañanas, durante el mes de diciembre fue a los Viveros y pintó el mismo sendero, los mismos árboles, la misma atmósfera a diferentes horas del día, con resultados prodigiosos. Ningún paisaje es igual. La luz, ese gran personaje de los impresionistas, vuelve a hacer la clave del misterioso cambio que se opera hora con hora.
Y Basia, con los ojos maravillados del artista que descubre que nada es igual pues toda la naturaleza se transforma en cuestión de segundos, recoge las travesuras que la luz opera en los follajes, en los cielos, en los matices del sendero arenoso. Y nos transmite, con esa alegría que surge del corazón, sus hallazgos.
En su departamento de la Colonia Condesa, acompañada por su gato Porfirio, la encontramos montando el resultado de su trabajo. Seis horas diarias, al aire libre, durante dos meses, tratando de apresar lo inasible: la atmósfera. La evolución es patente. A medida que ensaya más penetra más en el alma del paisaje, los trazos iniciales se van difuminando, el pincel se suelta, lo objetivo se vuelve subjetivo, el clima se convierte en un clima espiritual donde reina la belleza y la armonía. Los grises, los azules, los color de rosa, el sendero se ilumina hasta llegar a ser un camino sentimental, un movimiento del corazón como lo propuso el romántico pintor inglés Turner, y como hace muchos años, los chinos y los japoneses lo descubrieron en las montañas brumosas que nos legaron en sus magníficas acuarelas.
Madurez estética y equilibrio espiritual se conjugan en esta nueva etapa de Basia, que no es pintora de oficio, sino de vocación vital.
Tere Ponce
2000
UN PASEO POR EL COSMOS
Nada cuesta ir al cosmos, dar una vuelta por las galaxias, montar las espirales de las vías lácteas, para encontrar el color iridiscente de un universo en plena expansión. Nada me costó entrar en el espacio infinito: no tuve que estudiar astrofísica, ser astronauta de Houston, ni ponerme escafandra y traje hermético, ni atreverme a subir en una nave Apolo o pararme en la estación Mir. Lo único que tuve qué hacer fue encaminarme al Museo Nacional de la Estampa, que está en la avenida Hidalgo enfrentito del Museo Franz Mayer, y disfrutar la exposición de grabados de Basia Batorska.
No podía haber titulado mejor su obra: Galaxias. Y en verdad que cuando una se pone frente a cada galáctica basiana, parecería que el universo entero está contenido en el espacio bidimensional del grabado. Hay en cada uno de ellos una materia prima: los gases primigenios de la creación que envuelven al espectador como si de repente se encontrara en el epicentro de una "estrella negra" o en la explosión del núcleo de un cometa.
Esa materia prima estelar que son los gases, se mueven en los grabados de Basia con la parsimonia de los remolinos celestes, y la complejidad de la ecuación E = mc². Son 60 grabados, divididos en series de tres. O sea, cada serie está compuesta por 20 grabados, que repiten, matizando los colores, el tema central.
¿Cómo se penetra en el universo de este universo? Por un portal, de allí que la primera serie sean portales de luz y texturas arañadas en el material del papel. Matices de color que van del rojo al sepia, pasando por las profundidades del gris verde nuclear de un cometa. Así como los de Basia, pienso que deben ser los portales que nos llevan a una dimensión desconocida. Quizás a las G4F, indicadoras de que hemos perdido el camino de lo finito —es decir del tiempo y el espacio- y que estamos en vías de llegar al lindero de lo eterno.
La segunda serie son dos espirales encontradas. El flujo y reflujo de lo que no tiene principio ni fin y que utilizaron los antiguos toltecas para significar a Quetzalcóatl, en su acepción de Ehécatl, dios del viento. Pero qué tiene que ver el mundo prehispánico con Basia, me pregunto. La respuesta es obvia: una artista en el año 2000 alza la mano al cielo y alcanza a penetrar en la esencia del cosmos, en lo infinito de la materia organizándose siempre, moviéndose siempre, matizándose. Los sacerdotes teotihuacanos primero, y sus descendientes toltecas después, también alzaron los ojos al firmamento. También escudriñaron el misterioso refluir del viento, de las nubes, de las estrellas, de los cometas. Y observaron la espiral de los remolinos celestes y la deificaron con el más alado de sus dioses, Quetzalcóatl-Ehécatl. Pienso en la espiral azul del glifo de la ciudad de Tula, de la historia tolteca-chichimeca, en el cuadrángulo cortado del universo.
El otro cuadrángulo está formado por una greca delineada en rojo, símbolo de Tezcatlipoca, el espejo humeante, .el gemelo incómodo de Quetzalcóatl. Y recuerdo la dualidad del mundo prehispánico. Pero lo extraño del caso es que cuando observo los grabados de Basia, encuentro que en todos repite de manera dual sus motivos: espirales, las líneas que he llamado portales, curvas encontradas. ¿Coincidencia? No lo sé, quizás sabiduría que se desprende del inconsciente colectivo y que nos está diciendo que la vida se rige por sus antípodas.
Es hermoso que alguien traiga el Universo a la Tierra convertido en arte. Sólo una artista de gran sensibilidad como Besia Batorska, nacida en Polonia; regiomontana por adopción, filósofa del Tec de Monterrey, alumna de Vlady, escrutadora del paisaje micro y macro, puede hacerlo. Antes de las galaxias fueron los gatos, luego los senderos, más tarde la luz, luego las montañas, ahora lo sideral. Basia, con su cara de niña y su fragilidad aparente es capaz de jugarle buenas pasadas a la naturaleza, que trasmuta en obras de arte de permanente reflexión y regocijo.
Tununa Mercado
1991
GRABADOS DE BASIA BATORSKA
La primera vez que vi sus dibujos y acuarelas admiré la soltura con que interpretaba el paisaje. Sus trazos de línea y de color sobre el papel, rápidos y con el arrebato inspirado del croquis, le permitían captar la naturaleza en sus vibraciones, revelar con ese ritmo un movimiento que muchas veces suele sustraerse a la mirada, encerrado en la quietud.
La misma captación, esta vez para interpretar plásticamente la condición misteriosa y también encerrada en la molicie y el silenció de la vida animal, se dejaba sentir en sus dibujos y pinturas de gatos, cuya reiteración como tema hicieron hablar de "los gatos de Basia". A esa capacidad reveladora se refería en una entrevista que le hizo Sofía Rosales para fem hace diez años, cuando dijo: "Anhelo tocar el alma de las cosas".
Aunque los paisajes que expone ahora en el Museo de la Estampa hayan sido vividos por la artista a la manera clásica, es decir a partir de la contemplación de lugares concretos de la Sierra Madre del Noroeste mexicano, no son estrictamente figurativos; más que una escena exterior reproducen un espacio arcaico, una suerte de memoria geológica de la montaña o el bosque rescatada por operaciones plásticas sucesivas y múltiples y, al mismo tiempo, por decantaciones de un imaginario que no deja de reproducir la escena inaugural, la de la infancia, que para Basia es Bialowieza, en Polonia y, consecuentemente, su padre, hombre consustanciado con la naturaleza.
En las obras presentadas, la artista pareciera haber extraído la imagen de su paisaje interior de la superficie de la plancha, haberla hecho emerger en relieve, como esos planisferios en los que pueden palparse las sinuosidades de la orografía. El modo de abstraer ese paisaje, de conferirle por lo tanto su carácter artístico, es, paradójicamente, darle cuerpo, tomarlo como si se tratara de una materia dúctil y proteica y llevar a cabo con él una serie de acciones plásticas. No se trata, en efecto, de un grabado común, al que se llegaría con la línea o la incisión, sino de una pintura-grabado y aun de una pintura-grabado-escultura cuyo resultado se consigue por etapas; en cada una de ellas se afirma, con el color y la textura, un modo de ver hacia adentro, en profundidad y por capas, como una arqueóloga, la materia, pictóricamente cada vez más rica, cada año con una mayor carga de sentidos.
Yolanda Sierra
1982
GATOS: DIBUJOS Y ACUARELAS
La Galería de Cartón y Papel de México ha seleccionado para iniciar su ya tradicional recorrido artístico de este año, la obra de una de las artistas más destacadas de la actualidad:
Basia Batorska, de origen polaco, residente en México, domina muchas de las múltiples disciplinas del arte plástico, destacando, como es sabido desde hace años, en el grabado, la acuarela y el dibujo.
Describir o alabar desmembrando la obra de Basia Batorska es tarea que por oficio les corresponde a los críticos o a los que hacen del comentario plástico una carrera o club. Para el espectador común, para el gran público y muy especialmente para los miembros y amigos de Cartón y Papel de México, sabemos que la obra de esta extraordinaria artista no necesita mayor presentación que la que le depara la visión de la misma que de seguro tocará la más dormida de las sensibilidades.
Basia plasma en la obra que se inaugurará el próximo jueves 25 del actual, a base de un experto realismo puro y grácil, aparentemente fácil e informal; una serie de figuras, formas y movimientos en torno a un gato y, ¡es increíble lo que puede lograr tan cotidiano personaje en manos de una artista de su talla!
Clara y precisa es la línea, de una exquisita sencillez casi mística. Basia nos demuestra en cada boceto, crayola, tinta o acuarela, un admirable y determinante rasgo en común: el de la más alta calidad estética en un lenguaje cotidiano que a muchos los hará esbozar una sonrisa de regocijo o de nostalgia, un pensamiento de respeto en torno al gato como personaje, pero eso sí, estamos seguros que después de esta fecha aprenderemos a mirar de manera diferente a los felinos.